sábado, 18 de junio de 2022

Ceniza en la boca

<< No lo vi yo, pero como si lo hubiera visto, porque lo tengo taladrándome la cabeza y no me deja dormir. Siempre la misma imagen: Diego cayendo y el ruido de su cuerpo al impactar contra el suelo. Entonces me despierto y pienso que no me pasó a mí, ni le pasó a Jimena, ni a Marina, ni a Eleonora: le pasó a Diego; y una y otra vez, en mi cabeza el sonido, como un costalazo, como un cristal rompiéndose en pedazos y encajándose en un saco de arena de golpe, de repente, sin avisar. Seco, contundente, un encontronazo entre costillas y pulmones y asfalto. Así: pum. No, así: pooom. No, así: crag. No, así: drag, dragut. No, así: paaam, clap, crash, bruuum, brooom, gruuum, grrr, grooo… Y un eco. No, no hay un sonido que describa el ruido que se escuchó. Un cuerpo estrellándose contra el suelo. Diego queriendo ser estruendo, queriendo interrumpir la música de su cuerpo. Diego dejándonos así, con él suspendido entre nosotros. Diego, una estrella >>.


No fue otro, fue Diego quien saltó. Mi hermano. Aquel niño con el que fui uña y carne. Y piel. Y todo.


Luego mamá se fue a España. Era por nosotros. Por ella. Por tener un mañana. Pero Diego decidió no tener más mañanas. Allí, en España.


Al cabo de un tiempo nos fuimos con ella. La mamá de España. Que era otra, aunque pareciera la misma. Y nada era como tenía que ser. Ni ella ni nada. Yo me fui amoldando a los huecos que me dejaban. Diego nunca encontró su lugar. Pulsó el STOP. Y todo frenó.


Contra el asfalto.


Este libro es puro dolor. Dolor con el que Brenda Navarro nos abofetea al abrirnos una ventana a las realidades que hemos decidido ignorar. Dolor por perder a un hermano Dolor por tener que irte de tu hogar. Dolor porque nunca pertenecerás al lugar que te recibe. Dolor por tener que conformarte con los trabajos que otros no quieren. Dolor por haber dejado de ser, de sentir, de bailar…


No es recomendable, es necesario.

SLHLT

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