miércoles, 29 de mayo de 2019

El archipiélago del perro

Codiciáis oro y sembráis ceniza.
Ensuciáis la belleza, destruís la inocencia.
Hacéis correr por doquier grandes torrentes de lodo. El odio es vuestro alimento, la indiferencia vuestra brújula. Sois criaturas del sueño. Siempre dormidas, hasta cuando creéis que estáis despiertas. Sois el fruto de unos tiempos soñolientos. Vuestras emociones son efímeras, como mariposas calcinadas por la luz del día cuando apenas han salido del capullo. Vuestras manos moldean vuestra vida con una arcilla seca e inconsistente. La soledad os devora. El egoísmo os engorda. Dais la espalda a vuestros hermanos y perdéis el alma. Vuestra naturaleza está hecha de olvido.
¿Cómo juzgarán vuestra época los siglos futuros?

Así comienza El archipiélago del perro.
Esta historia tiene lugar en una pequeña isla volcánica del Mediterráneo. Es la única habitada del archipiélago y sus vecinos viven de la pesca y de las pocas viñas capaces de enraizar en la piedra negra y hueca nacida de las inquietas entrañas del Brau.
La vida transcurre tranquila, casi plácida. Y como cada día, los niños irán a la escuela con el Maestro, el Cura cuidará de sus abejas, los pescadores saldrán a la mar, el Médico teñirá su bigote, encenderá su cigarro y ayudará al Alcalde con el proyecto de las Termas; y la Vieja saldrá a pasear por la playa con su, también viejo, perro.
La aparición de los cuerpos de tres jóvenes negros en la playa y la decisión, casi unánime, de ocultarlo y deshacerse de los cadáveres tirándolos a una sima profunda, cambiará sus vidas. El Maestro se opone y, aunque ayuda con el traslado de los cuerpos, comienza a investigar las corrientes para averiguar de dónde venían esos hombres y qué les pudo haber pasado. Sus descubrimientos alterarán el equilibro de la vida de la isla, que mostrará su cara más feroz con la llegada de un supuesto Comisario desde el continente…
Pero no hay actos sin consecuencias…
El archipiélago del perro es una fábula terrorífica sobre la sociedad en la que vivimos. No quiero desvelar mucho más para que podáis disfrutarla plenamente, pero os aseguro que no podréis parar de leer, ni de pensar en ella.

Me ha gustado mucho. Os la recomiendo.
SLHLT

miércoles, 22 de mayo de 2019

Lectura fácil

Ángels. 43 años. 40% de discapacidad. 189€ de pensión. Vive pegada a un móvil. Está escribiendo, a través de un grupo de Whatsapp, un libro de memorias mediante la técnica de “Lectura fácil”. Es la menos discapacitada de las cuatro. Es la que las sacó a todas del CRUDI nuevo y las trajo a Barcelona. Gracias a ella han conseguido vivir juntas en un piso tutelado por la Generalitat.
Patricia. 33 años. 52% de discapacidad. 324€ de pensión del Estado. Trabaja como reponedora en el Mercadona en el marco de una experiencia piloto de integración laboral. Habla sin parar y no ve tres en un burro. Es la que se maquilla y la que menos tetas tiene de las cuatro. También es la segunda menos discapacitada.
Marga. 37 años. 66% de discapacidad. 438€. Es la más callada de todas. Dice la psiquiatra que además de discapacitada está deprimida por descubrir que es retrasada mental y que las tres mujeres con las que vive también lo son. Ha encontrado consuelo en la masturbación compulsiva y en salir y follarse a quien le apetece cuando le apetece. En la oficina de okupación se hace llamar Gari Garay. La han incapacitado judicialmente. Y ahora también la quieren esterilizar. Su caso está manos de la jueza Guadalupe Pinto.
Nati. 32 años. 70% de discapacidad. 1.118€. Sacaba buenas notas en el colegio. Fue al Conservatorio de Danza y a la Universidad. Leía muchos libros. Sufrió un accidente laboral y desde entonces sufre el Síndrome de las Compuertas. Es la más discapacitada de las cuatro. Fue bailarina. Y es la que se mueve con más gracia. Pero también es la más guerrera. La más políticamente incorrecta. La que no tiene pelos en la lengua.
Y esta es su historia. Contada por ellas mismas.
A través de declaraciones judiciales, actas de la oficina de okupación, memorias por Whatsapp, narraciones en los grupos de Autogestores y fanzines, Àngels, Patri, Marga y Nati nos cuentan su historia. Como ellas la ven. Cómo la sienten. Y nos permiten mirar. Y sentir. Con ellas. A través de sus ojos. De su sexo. De su piel…
¿Quién decide qué es normal? ¿Quién se atreve a medirlo, a pesarlo a calibrarlo? ¿Cuál es el baremo? ¿Dónde está la línea que separa la normalidad de lo que no lo es? ¿Alguien les ha preguntado si quieren ser tutelados por el Estado o la Comunidad Autónoma de turno? ¿Si quieren la pensión que se les da? ¿O si prefieren recharzarlo y ser libres? Libres para equivocarse, para decidir si hoy se duchan, con quien quieren follar, dónde vivir y trabajar. ¿Los estamos protegiendo o los estamos infantilizando? ¿Dónde está el límite?
Este libro es brutal.
Transgresor. Valiente. Distinto. Original. Feminista y salvaje.
No es para todos los lectores.
Puedo no gustaros, no ser fácil de leer ni de digerir y no ser amable.
Pero no os dejará indiferentes.
A mí me ha impactado.
Me ha dolido por dentro.
Y me ha hecho plantearme cosas en las que nunca antes había pensado, o por lo menos no así. No desde este punto de vista.
Deseo con todas mis fuerzas que lo leáis.
Despacio.
Pensando.
Poniéndose en la piel de quien te habla.
SLHLT

miércoles, 15 de mayo de 2019

El último vagón

Hubo un tiempo en que el ferrocarril era el motor del cambio y la única forma de comunicar los continentes de norte a sur y de este a oeste. Y alguien tenía que construirlos y trazar sobre la tierra los surcos que llevarían el futuro a los más recónditos parajes del planeta. Los empleados de las compañías viajaban en el tren durante casi todo el año con la casa a cuestas, familias enteras ocupaban vagones haciéndolos su hogar. Cuando se establecían durante unos meses en un lugar, las mujeres ponían plantas en las ventanas y compraban pájaros para alegrar sus mañanas. Los niños de la zona, muchos de ellos hijos de temporeros, junto con los hijos de los empleados en la construcción de las vías, acudían al vagón escuela a aprender las cuatro reglas y todo lo que los maestros les pudieran enseñar.
Ikal fue uno de esos niños. Uno de los niños de la escuela de Don Ernesto. Un maestro que escuchaba y atendía a sus alumnos con la entrega y la pasión de los que creen en su trabajo y de los que miran a sus alumnos no solo como lo que son, sino como la promesa de lo que podrían llegar a ser. Alguien que los quiere, les enseña y los cuida.
Ikal, su fiel compañero Quetzal, y sus amigos: Chico, Tuerto y Valeria, descubrirán, a la sombra del vagón de Don Ernesto, lo dura que la vida puede llegar a ser para los que no tienen nada. Pero también aprenderán que, como los pájaros, la fuerza está en sus alas y no en la rama en la que se apoyan para coger impulso.
Muchos años después, Hugo Valenzuela, inspector de educación, recibe el encargo de hacer un informe para cerrar el último de aquellos vagones escuela. Con ese expediente se cerrará una época y se pondrá fin a una antigua ley, en aras del progreso y la modernidad… Parece un informe cualquiera, un informe más que ha de resolver con rapidez y eficacia antes de tomarse unas merecidas vacaciones. Pero al revisar los papeles, Hugo se encuentra con una foto que hará temblar sus cimientos.
Ikal y Hugo cruzarán sus caminos y, como si de un choque de trenes se tratará, les cambiará la vida.
 A veces la casualidad hace que te encuentres pequeñas joyas. Y esto es lo que me ha ocurrido a mí con El último vagón. Se trata de una historia cruda y tierna a la vez, como la vida a veces. Donde la esperanza aparece entre las grietas del hormigón, como las malas hierbas, para salvar a los perdedores, a los que olvidaron para poder avanzar y a los que nunca se rindieron, aunque pudieran creerlos locos.
Pura emoción.
Es pénjamo.
SLHLT

miércoles, 8 de mayo de 2019

Las posesiones

Una llamada diciendo que mi padre está muy raro. Que vaya.
Y voy.
Una espera. Un vuelo a la isla. Y de vuelta al hogar. Al sitio del que hui.
Marcel me espera. Marcel me cuenta. Ese Marcel que fue mi todo. Ese mismo Marcel que me destruyó. Y después fui nada.
Mi padre, tras jubilarse en el instituto donde enseñaba, dedica su tiempo a arreglar la destartalada casa familiar y el huerto. También escribe un blog en el que se hace eco de pequeñas injusticias cotidianas en la isla. Cuando el vecino levanta un muro invadiendo un camino rural con la intención de especular con el suelo y hacer un complejo urbanístico, comienza una la lucha sin cuartel: denuncias, escuchas, dice que lo vigilan, que lo siguen e incluso ha contratado a dos subsaharianos para que graben todos sus movimientos… La lucha torna en obsesión… Casi en locura…
Pero estas luchas remueven otras. Otras más antiguas. Otras en las que lo que hubo que demostrar fue la inocencia. La candidez al depositar la confianza en un socio tramposo. La ignorancia del que se creía sabio. Justo en el momento de jubilarse y de volver a la isla, mi abuelo lo perdió todo. Se arrugó, se curvó, empequeñeció… Y terminó por desaparecer, carroñeros mediante. Aunque la peor parte se la llevaron otros: muertos y enterrados antes de tiempo.

Así comienza Las posesiones de LLucía Ramis. No busquéis la resolución de un misterio antiguo ni nuevo entre sus páginas, aunque lo pudiera parecer. No lo es. La autora simplemente nos cuenta una historia. A través de la voz de una protagonista sin nombre, nos va dirigiendo por donde ella quiere, con una mano cálida y suavemente posada en la espalda. Pero, como cualquier historia que se precie, esta se bifurca en sendas y caminos más estrechos. Algunos regresan al punto de partida, otros se pierden entre la espesura, muchos no llevan a ninguna parte y la mayoría están por descubrir.
Esta Scheherezade mallorquina cuenta en su historia cómo los tentáculos de la corrupción, a cualquier nivel, llegan a lugares insospechados y tienen consecuencias que no siempre sufren quienes deberían. Cómo hay que crecer a pesar de todo. Y muchas veces contra todo. Y reconstruirse. Y perdonarse. Y volver a empezar. Y seguir. Seguir. Siempre.

No he podido soltar este libro. Y cuando lo terminé me di cuenta de que aguantaba la respiración: estaba sin aliento. Me ha gustado la manera de contar de Llucía Ramis. Me he dejado llevar y ha merecido la pena. Os lo recomiendo con todas mis fuerzas.
SLHLT