<< Uno
tras otro, los testigos de cargo fueron desfilando. No di crédito cuando vi
llegar a los recién casados de Caná, los beneficiarios del primer milagro.
-Este hombre tiene el poder de transformar el agua en vino
-declaró, muy serio, uno de los cónyuges-. Sin embargo, esperó al final de la
boda para ejercer su don. Se complacía con nuestra angustia y humillación cuando
podría habernos ahorrado ambas perfectamente. Que el mejor vino se sirviera
después del mediocre fue culpa suya. Fuimos el hazmerreír de todo el pueblo.
Uno a uno, los treinta y siente beneficiarios de mis milagros
fueron sacando sus respectivos trapos sucios. El que más gracia me hizo fue el
exposeso de Cafarnaún:
-¡Desde el exorcismo mi vida es de lo más banal!
El antiguo ciego se quejó de lo feo que era el mundo, el antiguo
leproso declaró que nadie le daba ya limosna, el sindicato de pescadores de
Tiberiades me acusó de haber favorecido a una cuadrilla frente a las demás;
Lázaro contó hasta qué punto le resultaba odioso tener que vivir con el olor a
cadáver impregnado en la piel.
Obviamente, no fue necesario sobornarles, ni siquiera
exhortarles. Cada uno acudió a declarar en mi contra por su propia voluntad.
Más de uno manifestó hasta qué punto le aliviaba poder desahogarse por fin en
presencia del culpable.
En presencia del culpable. >>
En esta historia se pone en la piel de Jesucristo, siendo él mismo quien nos relata sus últimas horas: su miedo, su dolor, su incomprensión y la sed que lo va invadiendo en su camino hacia el Calvario.
Entre los recuerdos de su infancia, su padre, sus amigos, el descubrimiento del amor y del deseo, Jesucristo reflexiona acerca de la vida y la muerte, del cuerpo y del alma y de Dios y su creación. Duda de que su Padre divino lo haya amado lo suficiente y haya entendido su obra culmen, por el desprecio al dolor y al sufrimiento de los cuerpos mortales.
<< La gran diferencia entre mi padre y yo es que él es amor mientras que yo amo. Dios dice que el amor es para todo el mundo. Yo, que amo, me doy perfecta cuenta de que es imposible amar igual a todo el mundo. Es una cuestión de aliento >>.
Niega haber dicho jamás <<Perdónalos, Padre, no saben lo que hacen>> y reflexiona y apuesta por el cuerpo mortal, pues él, bajo la piel que habita, nunca ha sentido tanto la divinidad como cuando ha conseguido satisfacer las necesidades de su cuerpo.
<< Para experimentar la sed hay que estar vivo. Yo he vivido de un modo tan intenso que he muerto sediento.
La vida eterna quizá sea eso >>.
Sé que con Amélie Nothomb no soy imparcial, pero no puedo dejar de recomendaros este libro. Es una maravilla.
SLHLT