Corzos, jabalíes, ciervos. Y también cabezas de antílopes de
todo tipo y de todos los tamaños: gacelas saltarinas, impalas, ñus, órices, kobos…
Varias cebras amputadas, sin cuerpo. Sobre una tarima, un león entero con el
cuello de una pequeña gacela entre los dientes.
Y en una esquina, la hiena.
Por mucho que la hubieran disecado, estaba viva, no me cabía
duda, y se deleitaba con el pavor que infundía en los ojos de quienes la
miraban. En las fotografías enmarcadas que colgaban de las paredes, mi padre
posaba orgulloso, escopeta en mano, con animales muertos. Aparecía siempre con
la misma pose: un pie sobre la bestai, un puño en la cadera y la otra mano
blandiendo el arma en señal de victoria, con lo cual se parecía más a un
miliciano rebelde con un chute de adrenalina genocida, que a un padre de familia.>>
Una niña sin nombre, su
hermano pequeño y un verano entero por delante. Podría ser el inicio de una
historia de aventuras, pero no lo es. Es el comienzo de una historia de
supervivencia.
Un padre depredador; una
madre "ameba", anulada y ausente; Gilles, el niño más tierno y bueno del mundo, y
nuestra protagonista: una niña sin nombre, una heroína de diez años, que
tratará de salvar a su hermano de perderse para siempre, con la ayuda de la magia
y de la Física, con inteligencia y corazón.
El verano que comenzó
todo, olía a miedo, a whisky y a sal, como todos los veranos en aquella casa. Pero
también sonaba a juegos a escondidas con Gilles en el desguace, le hacía latir
el corazón al ritmo del camión de los helados y sabía a la dulce y espesa nata con
la que coronaba esas frías delicias, a escondidas de su padre.
Pero algo pasó. Un
accidente que desencadenó el horror y despertó a la hiena que vivía agazapada
en el pecho de Gilles. Cada día lo dominaba una poco más, lo poseía, lo anulaba
y lo volvía frío, huraño y cruel. ¡No lo iba a permitir! ¡Ella lo salvaría! Iba
a construir una máquina para volver atrás en el tiempo, evitar lo ocurrido y
salvar a Gilles.
Y eso es lo que hizo a
lo largo de los siguientes cinco veranos.
Esta sería una historia
de maltrato más, si no fuera por la mirada de su narradora.
La autora tiene una
destreza tal, que nos hace observar la violencia y el terror en el que vive su
protagonista a través de sus ojos, y del prisma tierno, sutil y a veces hasta
divertido, que solo la mirada de un niño le puede dar.
Nos enseña cómo va
creciendo y cómo cambia su visión del mundo que le rodea. Cómo pasa de ser una
niña a una presa. Una presa que se niega a ser cazada. Las presas corren para
salvar sus vidas. Ella no. Ella se queda. Ella tiene una misión: salvar a Gilles. Aunque perezca en el intento.
Página a página la
tensión aumenta hasta dejarte sin aliento
Me ha gustado muchísimo,
Tanto, como me ha encogido el corazón.
SLHT