<< Media
res. Aturdidor. Línea de sacrificio. Baño de aspersión. Esas palabras aparecen
en su cabeza y lo golpean. Lo destrozan. Pero no son solo palabras. Son la
sangre, el olor denso, la automatización, el no pensar. Irrumpen en la noche,
cuando está desprevenido. Se despierta con una capa de sudor que le cubre el
cuerpo porque sabe que le espera otro día de faenar humanos >>.
Tras
contraer un virus mortal para el ser humano, todos los animales fueron
sacrificados.
<< Se
probaron vacunas, antídotos, pero el virus resistió y mutó. Recuerda artículos
hablando sobre la venganza de los veganos, otros sobre actos de violencia
contra animales, médicos en la televisión explicando cómo sustituir la falta de
proteínas, periodistas confirmando que todavía no había cura para el virus
animal >>.
Sin
proteína animal, comenzaron a aparecer las primeras voces reclamando el
canibalismo. Hubo debates, protestas masivas, huelgas de hambre, reclamaciones
de organizaciones que defendían los derechos humanos… Pero también artículos y
estudios a favor, de mano de prestigiosos periodistas, científicos y
universidades de renombre.
Pronto
las protestas disminuyeron, tapadas por las noticias, cada vez más habituales, de
personas muertas por el virus… Luego comenzaron las campañas mediáticas y, tras
una breve transición, todos normalizaron el canibalismo, aunque esa es una
palabra que no se volvió a utilizar. El nuevo término oficial fue “carne especial”
… Y alguien tenía que encargarse de “prepararla”.
Marcos
Tejo es el encargado del frigorífico (ya nunca más “matadero”) Krieg y nos
cuenta su historia.
<< Él
no le dice carne especial. Él usa las palabras técnicas para referirse a eso
que es un humano, pero nunca va a llegar a ser una persona, a eso que es
siempre un producto. Se refiere al número de cabezas a procesar, al lote que
espera en el patio de descarga, a la línea de sacrificio que debe respetar un
ritmo constante y ordenado, a los excrementos que deben ser vendidos para
abono, al área de tripería. Nadie puede llamarlos humanos porque sería darles
entidad, los llaman producto, o carne, o alimento. Menos él, que quisiera no
tener que llamarlos por ningún nombre >>.
Agustina
Bazterrica, con esta distopía brutal, hace una crítica cruda y necesaria del
consumo y producción intensiva de carne animal y plantea una reflexión de lo
más necesaria sobre el tema. Además, os enganchará: los capítulos son cortos, el
protagonista tendrá que tomar decisiones cuestionables, y el final no os dejará
indiferentes. Os lo aseguro.
No es un
libro para todos los públicos: el hecho de sustituir a la res por el ser
humano, y ponerse en sus pezuñas, es un ejercicio que a muchos les revolverá las
tripas, pero yo os lo recomiendo. No por morbo, sino por la reflexión.
Tras esta historia, no volveréis a ver el mundo con los
mismos ojos.
SLHLT