Y voy.
Una espera. Un vuelo a la isla. Y de vuelta al hogar. Al sitio
del que hui.
Marcel me espera. Marcel me cuenta. Ese Marcel que fue mi todo.
Ese mismo Marcel que me destruyó. Y después fui nada.
Mi padre, tras jubilarse en el instituto donde enseñaba, dedica
su tiempo a arreglar la destartalada casa familiar y el huerto. También escribe
un blog en el que se hace eco de pequeñas injusticias cotidianas en la isla.
Cuando el vecino levanta un muro invadiendo un camino rural con la intención de
especular con el suelo y hacer un complejo urbanístico, comienza una la lucha sin
cuartel: denuncias, escuchas, dice que lo vigilan, que lo siguen e incluso ha
contratado a dos subsaharianos para que graben todos sus movimientos… La lucha
torna en obsesión… Casi en locura…
Pero estas luchas remueven otras. Otras más antiguas. Otras en
las que lo que hubo que demostrar fue la inocencia. La candidez al depositar la
confianza en un socio tramposo. La ignorancia del que se creía sabio. Justo en
el momento de jubilarse y de volver a la isla, mi abuelo lo perdió todo. Se
arrugó, se curvó, empequeñeció… Y terminó por desaparecer, carroñeros mediante.
Aunque la peor parte se la llevaron otros: muertos y enterrados antes de
tiempo.
Así comienza Las posesiones de LLucía Ramis. No busquéis la resolución
de un misterio antiguo ni nuevo entre sus páginas, aunque lo pudiera parecer.
No lo es. La autora simplemente nos cuenta una historia. A través de la voz de
una protagonista sin nombre, nos va dirigiendo por donde ella quiere, con una
mano cálida y suavemente posada en la espalda. Pero, como cualquier historia
que se precie, esta se bifurca en sendas y caminos más estrechos. Algunos
regresan al punto de partida, otros se pierden entre la espesura, muchos no
llevan a ninguna parte y la mayoría están por descubrir.
Esta Scheherezade
mallorquina cuenta en su historia cómo los tentáculos de la corrupción, a
cualquier nivel, llegan a lugares insospechados y tienen consecuencias que no
siempre sufren quienes deberían. Cómo hay que crecer a pesar de todo. Y muchas
veces contra todo. Y reconstruirse. Y perdonarse. Y volver a empezar. Y seguir.
Seguir. Siempre.
No he podido soltar este libro. Y cuando lo terminé me di cuenta
de que aguantaba la respiración: estaba sin aliento. Me ha gustado la manera de
contar de Llucía Ramis. Me he dejado
llevar y ha merecido la pena. Os lo recomiendo con todas mis fuerzas.
SLHLT
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