miércoles, 8 de mayo de 2019

Las posesiones

Una llamada diciendo que mi padre está muy raro. Que vaya.
Y voy.
Una espera. Un vuelo a la isla. Y de vuelta al hogar. Al sitio del que hui.
Marcel me espera. Marcel me cuenta. Ese Marcel que fue mi todo. Ese mismo Marcel que me destruyó. Y después fui nada.
Mi padre, tras jubilarse en el instituto donde enseñaba, dedica su tiempo a arreglar la destartalada casa familiar y el huerto. También escribe un blog en el que se hace eco de pequeñas injusticias cotidianas en la isla. Cuando el vecino levanta un muro invadiendo un camino rural con la intención de especular con el suelo y hacer un complejo urbanístico, comienza una la lucha sin cuartel: denuncias, escuchas, dice que lo vigilan, que lo siguen e incluso ha contratado a dos subsaharianos para que graben todos sus movimientos… La lucha torna en obsesión… Casi en locura…
Pero estas luchas remueven otras. Otras más antiguas. Otras en las que lo que hubo que demostrar fue la inocencia. La candidez al depositar la confianza en un socio tramposo. La ignorancia del que se creía sabio. Justo en el momento de jubilarse y de volver a la isla, mi abuelo lo perdió todo. Se arrugó, se curvó, empequeñeció… Y terminó por desaparecer, carroñeros mediante. Aunque la peor parte se la llevaron otros: muertos y enterrados antes de tiempo.

Así comienza Las posesiones de LLucía Ramis. No busquéis la resolución de un misterio antiguo ni nuevo entre sus páginas, aunque lo pudiera parecer. No lo es. La autora simplemente nos cuenta una historia. A través de la voz de una protagonista sin nombre, nos va dirigiendo por donde ella quiere, con una mano cálida y suavemente posada en la espalda. Pero, como cualquier historia que se precie, esta se bifurca en sendas y caminos más estrechos. Algunos regresan al punto de partida, otros se pierden entre la espesura, muchos no llevan a ninguna parte y la mayoría están por descubrir.
Esta Scheherezade mallorquina cuenta en su historia cómo los tentáculos de la corrupción, a cualquier nivel, llegan a lugares insospechados y tienen consecuencias que no siempre sufren quienes deberían. Cómo hay que crecer a pesar de todo. Y muchas veces contra todo. Y reconstruirse. Y perdonarse. Y volver a empezar. Y seguir. Seguir. Siempre.

No he podido soltar este libro. Y cuando lo terminé me di cuenta de que aguantaba la respiración: estaba sin aliento. Me ha gustado la manera de contar de Llucía Ramis. Me he dejado llevar y ha merecido la pena. Os lo recomiendo con todas mis fuerzas.
SLHLT

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