<< Pasaron
una mañana como el susurro de un avispón, más rápidas que un instante.
Ellas.
Las Inviernas.
Los hombres doblados sobre la tierra se
enderezaron para observar. Las mujeres detuvieron las escobas. Los niños
dejaron de jugar: dos mujeres con grandes huesos cansados, como irritados de la
vida, atravesaban la plaza del pueblo.
Dos mujeres seguidas de cuatro ovejas y una
vaca de andar balanceado que tiraba de un carromato cargado de bártulos.
Al final de un carreiro que zigzagueaba
entre nabizales, seguía estando la vieja casa del abuelo –también su casa-,
ahora cubierta por las ramas de una higuera.
Murciélagos y búhos se estrellaban haciendo
círculos. La hiedra había invadido la casa, y la chimenea, abultada por el
follaje, adquiría las proporciones y la apariencia de una torre ruinosa. La
casa tenía una huerta con un limonero y matorrales que albergaban mariposas y
crujidos; al fondo corría un río con truchas finas y sabrosas.
Más allá del río nacía la fraga con
frondosos árboles. Una vegetación apretada y tupida que se entretejía desde el
suelo hasta las cimas de los árboles, ceñida por huertos y minúsculos prados de
labor.
Llovía y se metieron dentro.
Ellas y las bestias.
Barrieron el suelo. Arrancaron las
telarañas. Colocaron los bártulos que traían. Hicieron una sopa. Menguó la luz
y aumentó el frío.
Un olor doméstico y familiar las envolvió;
les recordó la dulzura de ciertos días de verano, las comidas en la huerta y la
infancia perdida. Pero el olor también les habló de la guerra, de la humedad y
de la risa. Ratones. Rabia.
Una se sentó junto a la otra y le dijo:
-Estaremos bien.
La otra contestó:
-Sí.
Y pasaron el rato sorbiendo la sopa,
enfrascadas en aquella conversación.
-Estaremos bien.
No era temor. Acaso una sospecha, una rara
intuición.
-Estaremos.
>>.
Años cincuenta. Dos
hermanas regresan a la que fue un día su casa en la Terra Chá,. Lo hacen con un
secreto a cuestas, sueños de Hollywood y una historia familiar que nadie quiere
recordar.
La novela mezcla lo
grotesco con lo entrañable, lo rural con lo surreal. Hay vacas que suben al
monte, cerebros que se compran en vida, y una radio que anuncia la llegada de
Ava Gardner como si fuera la Virgen.
Pero detrás del humor
negro y los personajes excéntricos hay una verdad más que reconocible. Una
verdad que resuena en las lareiras oscuras, donde se contaban historias muy
parecidas a estas, con voz queda y olor a humo, en las que la realidad se
mezclaba con el miedo y la superstición, y donde lo que no se decía pesaba más
que las palabras.
Cristina Sánchez-Andrade
no inventa Galicia, la revela. Y lo hace con una prosa que huele a tojo, a
caldo, a confesiones a media voz. El realismo mágico aquí no es un truco
literario, es la forma en que se vive en los pueblos: donde lo imposible
convive con lo cotidiano sin que nadie se asombre.
Maravillosa.
SLHLT
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