martes, 15 de julio de 2025

Las inviernas

 << Pasaron una mañana como el susurro de un avispón, más rápidas que un instante.
       Ellas.
       Las Inviernas.
    Los hombres doblados sobre la tierra se enderezaron para observar. Las mujeres detuvieron las escobas. Los niños dejaron de jugar: dos mujeres con grandes huesos cansados, como irritados de la vida, atravesaban la plaza del pueblo.
     Dos mujeres seguidas de cuatro ovejas y una vaca de andar balanceado que tiraba de un carromato cargado de bártulos.
      Al final de un carreiro que zigzagueaba entre nabizales, seguía estando la vieja casa del abuelo –también su casa-, ahora cubierta por las ramas de una higuera.
     Murciélagos y búhos se estrellaban haciendo círculos. La hiedra había invadido la casa, y la chimenea, abultada por el follaje, adquiría las proporciones y la apariencia de una torre ruinosa. La casa tenía una huerta con un limonero y matorrales que albergaban mariposas y crujidos; al fondo corría un río con truchas finas y sabrosas.
   Más allá del río nacía la fraga con frondosos árboles. Una vegetación apretada y tupida que se entretejía desde el suelo hasta las cimas de los árboles, ceñida por huertos y minúsculos prados de labor.
      Llovía y se metieron dentro.
      Ellas y las bestias.
   Barrieron el suelo. Arrancaron las telarañas. Colocaron los bártulos que traían. Hicieron una sopa. Menguó la luz y aumentó el frío.
     Un olor doméstico y familiar las envolvió; les recordó la dulzura de ciertos días de verano, las comidas en la huerta y la infancia perdida. Pero el olor también les habló de la guerra, de la humedad y de la risa. Ratones. Rabia.
      Una se sentó junto a la otra y le dijo:
      -Estaremos bien.
      La otra contestó:
      -Sí.
      Y pasaron el rato sorbiendo la sopa, enfrascadas en aquella conversación.
      -Estaremos bien.
      No era temor. Acaso una sospecha, una rara intuición.
      -Estaremos. >>.

Años cincuenta. Dos hermanas regresan a la que fue un día su casa en la Terra Chá,. Lo hacen con un secreto a cuestas, sueños de Hollywood y una historia familiar que nadie quiere recordar.

La novela mezcla lo grotesco con lo entrañable, lo rural con lo surreal. Hay vacas que suben al monte, cerebros que se compran en vida, y una radio que anuncia la llegada de Ava Gardner como si fuera la Virgen.

Pero detrás del humor negro y los personajes excéntricos hay una verdad más que reconocible. Una verdad que resuena en las lareiras oscuras, donde se contaban historias muy parecidas a estas, con voz queda y olor a humo, en las que la realidad se mezclaba con el miedo y la superstición, y donde lo que no se decía pesaba más que las palabras.

Cristina Sánchez-Andrade no inventa Galicia, la revela. Y lo hace con una prosa que huele a tojo, a caldo, a confesiones a media voz. El realismo mágico aquí no es un truco literario, es la forma en que se vive en los pueblos: donde lo imposible convive con lo cotidiano sin que nadie se asombre.

Maravillosa.

SLHLT

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