<< Aquella
mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años.
Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido
jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba junto a la puerta
de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento. Junto
a mí, silenciosos y asustados, desfilaban los padres. Un triste hatajo de
perlas falsas y corbatas baratas, venido a recoger a sus hijos defectuosos,
escondidos de los ojos de la gente. Al menos ellos se habían tomado la molestia
de subir. A mi madre yo le importaba un pimiento, al igual que el hecho de que
hubiera conseguido terminar unos estudios. >>
Así comienza
El verano que mi madre tuvo los ojos verdes. Una historia que te deja
sin aire desde la primera frase, y no te lo devuelve hasta mucho después de
haberla terminado.
Aleksy,
un joven pintor con un pasado roto y un presente bloqueado. acepta a
regañadientes pasar un último verano con su madre enferma en un pueblo francés.
Lo que comienza como una tregua forzada entre dos enemigos íntimos, se
convierte, poco a poco, en una historia de redención.
La narración, lírica y a veces brutal, nos mete en la cabeza de un narrador que odia con intensidad, pero que también ama con una ternura que no sabe nombrar. La pérdida de su hermana, el rechazo materno, la enfermedad terminal... Todo se mezcla en un verano en el que la cercanía de la muerte abre grietas por donde se cuela el perdón, la comprensión y el amor.
Es de esos libros que te dejan sin palabras, que te obligan a pararte a respirar. Que duele, pero que también cura. Porque a veces, solo el amor, aunque llegue tarde, aunque llegue roto, puede salvarnos.
Me ha gustado muchísimo.
SLHLT

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