Algunos días de algunos años, los campos se
llenaban de agua y, sin que nadie supiera muy bien por qué, Morteros se
transformaba en un pueblo flotante: flotaban las vacas, flotaban los coches,
flotaban los perros y las bicicletas, flotaban los maceteros, flotaban los
bancos de la plaza, flotaban las barreras del ferrocarril y el escenario del
Tiro. Un año, también flotaron los muertos. La imagen no es fácil de recordar
y, sin embargo, es imborrable: flotaron noventa ataúdes y todos hicieron el
mismo recorrido, marcharon en fila india desde el cementerio hasta el monumento
que está frente a la plaza, en el centro del pueblo. Algunos, al pasar por la
estación de tren, quedaron enganchados en las barreras, pero de eso se dieron
cuenta los conductores del Norteño al día siguiente, cuando en su trayecto San
Francisco-Suardi pasaron por Morteros y vieron que a la barrera le había nacido
un ataúd.>>
Vitria no solo narra: interpreta, transforma, inventa. Su forma de entender lo que pasa a su alrededor tiene algo de magia y algo de resistencia. Y junto a sus amigos, vive obsesionada con la aparición de un tal Harley Davidson, ese hombre-mito que llega en moto y parece traer consigo la promesa de una nueva vida.
La novela está llena de imágenes inolvidables, frases que se repiten como estribillos y una energía narrativa que no decae.
Y el final… El final es un salto al vacío, un giro que no se puede contar sin traicionar su fuerza. Solo diré que es brutal y absolutamente fiel a la voz que lo ha construido.
Un verdadero descubrimiento.
No os la perdáis.
SLHLT
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