lunes, 21 de abril de 2025

Los sorrentinos

 << El Chiche Vespolini era el menor de cinco hermanos, dos varones y dos mujeres. Su verdadero nombre era Argentino, pero le decían así porque de chico era tan lindo y simpático que se había convertido en “el chiche de sus hermanas”. Los Vespolini se habían instalado en Mar del Plata a principios del 1900 y siempre habían tenido hoteles y restaurantes. De su familia el Chiche había heredado la Trattoría Napolitana: el primer restaurante en el mundo en servir sorrentinos.

     Los sorrentinos eran una pasta redonda, rellena, que había inventado Umberto, el hermano mayor del Chiche, bautizada en homenaje a la ciudad de sus padres. El sorrentino no tenía el borde de masa de los pansotti, ni el relleno de carne de los agnolotti, ni llevaba ricota como los cappelletti. Era una media esfera con cuerpo, hecha con una masa secreta, suave como una nube, rellena de queso y jamón.

     De vez en cuando aparecía alguien en la trattoria que tenía el mal gusto de preguntar, con cierto aire superado: “¿El sorrentino no es lo mismo que un raviol pero redondo?”. Ante esto, las mujeres de la familia ponían los ojos en blanco y los hombre se reclinaban en sus sillas y resoplaban. >>

 

Esta es una de esas historias que se lee con una sonrisa y se recuerda con un nudo en la garganta.

En el corazón de Mar del Plata, una familia de origen italiano regenta un restaurante donde los sorrentinos (esa pasta rellena que no es raviol ni es canelón) son casi una religión.

Pero lo que realmente se cuece entre fogones no es solo comida: son secretos, herencias, silencios, afectos y pequeñas traiciones que se transmiten de generación en generación como una receta imperfecta.

Con una prosa cálida, llena de humor y melancolía, Virginia Higa nos invita a sentarnos a la mesa de los Vespolini y a mirar, desde la cocina, cómo se construyen los afectos. Es una historia sobre lo que se dice y lo que no, sobre los vínculos que se sostienen a pesar de todo, y sobre el modo en que la comida puede ser un idioma propio, una forma de amar.

Simplemente maravillosa.

SLHLT

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