- ¿Envenenada?
- Yo creo.
- ¿Qué hicieron con ella? ¿La enterraron?
Doña Elodia dijo que sí con la cabeza:
- Mis nietos.
- ¿Arriba en el cementerio?
- No, aquí nomás en la playa.
Muchos perros del pueblo morían envenenados. Alguna gente decía
que los mataban aposta, pero Damaris no podía creer que hubiera personas
capaces de hacer algo así y pensaba que los perros se comían por error las
carnadas con veneno que dejaban para las ratas o a las ratas que estando
envenenadas eran fáciles de cazar.>>
Su hija se habría llamado Chirli.
Damaris siempre quiso tener hijos. Rogelio también. Durante años fue su punto de unión, su obsesión. Hasta que dejo de serlo: el bebé no llegó nunca y dejaron de esperarlo. Y de todo lo demás también.
Por eso, cuando doña Elodia encontró muerta a su perra, con seis cachorros recién nacidos que se morirían sin remedio, “nadie quiere a los perros tan chiquitos”, Damaris decidió quedarse con uno.
Una hembra.
La llamó Chirli.
Iba a criarla bien, no como hacía Rogelio con Danger, Mosco y Olivo. No le iba a dejar que la tocara. A él no le gustaban los perros. Incluso era cruel con ellos. Solo los tenía para que cuidaran de la propiedad y ladraran a todo aquello que se moviera en la selva.
Y así fue como Chirli pasó a ser el centro de la vida de Damaris y el objeto único de su amor.
Hay más
Caribe que el de los cruceros. Hay más Colombia que Bogotá. Hay lugares
abandonados a su suerte, por los gobiernos y hasta por el mismo Dios. En ellos
la vida se abre paso entre la violencia, la perenne humedad, la pobreza
absoluta y la selva. Y, a veces, la muerte parece ser la única salida.
En apenas un centenar de páginas, Pilar Quintana retrata, con una claridad desgarradora, la vida en uno de estos lugares donde el machismo, la injusticia social, la pobreza, la ausencia de acceso a la educación, la violencia, la culpa, la muerte de los sueños y la esperanza son los únicos compañeros de viaje.
Es un libro fantástico, aunque te deje el alma encogida.
SLHLT
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