Nuestra auténtica fortaleza es creativa. Gracias a la
imaginación, hemos inventado el mito de Ícaro y los aviones, el Nautilus y los
submarinos, los viajes estelares de Luciano y el Apolo XI. Si los humanos no
hubiéramos fabulado con tierras soñadas como El Dorado o con seres mitológicos
como las sirenas, no habríamos podido explorar territorios desconocidos ni
llegar a la luna, alumbrar la teoría de la relatividad, el automóvil o el
ordenador. Lo imposible debe ser soñado primero, para algún día hacerlo
realidad >>.
Este librito, solo pequeño en sus dimensiones, es consecuencia del encargo que, hace más o menos un año, la Federación de Gremios de Editores de España le hizo a Irene Vallejo para acompañar a la petición de un Pacto de Estado por la lectura. Y el resultado ha sido una auténtica joya.
Un manifiesto es un escrito donde se hace pública una doctrina, un programa, una idea o un propósito con ánimo de que su transmisión lleve a la reflexión, al cambio y por qué no, a la revolución. Y este manifiesto es, además de todo lo anterior, una declaración de amor a los libros y a la lectura en toda regla.
Irene Vallejo habla del libro como del objeto de su amor: de su labor como contenedor de historias y de conocimientos, de su facultad de desarrollar la empatía y aumentar la plasticidad del cerebro, de su valor como herramienta en el cambio social y de su capacidad de curar heridas y de ser nuestra tabla de salvación.
Este libro es un gran regalo para los amantes de la lectura y para los que no lo son. En los tiempos que vivimos, de inmediatez, estímulo constante, desinformación, polarización social, falta de análisis, nula autocrítica y culto a la mediocridad, la lectura es un arma poderosísima.
<< Somo seres entretejidos de relatos, bordados con hilos de voces, de historia, de filosofía y de ciencia, de leyes y leyendas. Por eso, la lectura seguirá cuidándonos si cuidamos de ella. No puede desaparecerlo que nos salva >>.
Mientras leía este libro vino a mi memoria una mujer que conocí hace muchos años en un banco. Yo había ido con mi madre y mis hermanos a firmar unos papeles y, mientras esperábamos a que nos atendieran, me senté al lado de una señora. No me acuerdo cómo empezó nuestra conversación, pero lo que sí recuerdo es que me contó que en su juventud tuvo que ir a trabajar a Francia. Como la gran mayoría de los que se iban, no tenía ni idea de francés. Pero ella, me decía orgullosa, era de las que sabía leer y rápidamente se aclaró con los nombres de las calles, lo que ponían los papeles y los letreros. Había tenido suerte.
No os lo podéis perder.
SLHLT
No hay comentarios:
Publicar un comentario