miércoles, 3 de febrero de 2021

Un amor cualquiera

<< No quiero que Joe aparezca y me encuentre de rodillas abrillantando el suelo de la cocina con un jersey viejo de algodón a modo de trapo, pero llega y así es como me encuentra.

-       ¡Mamá! ¿Qué estás haciendo? ¡Relájate! – dice.

      Me siento sobre los talones y le digo:

-       ¿Y tú qué haces despierto a las seis y media?

Aunque en realidad lo sé. Los dos lo sabemos. Atraviesa la cocina y se sirve su primera taza de café. Siempre se toma tres tazas seguidas, me he fijado este verano: café caliente con un montón de leche y azúcar. Luego se aleja de la cafetera y, para cuando se sienta a la mesa, la taza ya va por la mitad. Está sonriendo. Michael llega hoy. Michael, el gemelo idéntico de Joe, ha estado dos años dando clases de Matemáticas en un instituto de Benarés, en la India. Por eso estoy abrillantando el suelo, por eso ninguno de los dos puede relajarse >>.


Rachel, mientras espera la llegada de su hijo Michael, se da cuenta de que ya han pasado veinte años de su separación de Pat. Tenía una vida perfecta, una bonita casa y cinco hijos. Todo era como lo habían soñado. Pero se enamoró de un hombre del vecindario. Un escritor. Quiso ser sincera con Pat. Y ese fue el momento exacto en el que su vida se desmoronó: Pat la echó, vendió la casa y se llevó a los niños a Inglaterra sin decirle nada y en cuestión de días.

Reconstruirse fue complicado. Retomar la relación con los chicos también. Pensó que nunca los volvería a ver, pero tuvo algo a su favor: los niños se convierten en adolescentes y dan mucho trabajo. Cuando Pat no los aguantaba más, se los enviaba. Así los fue recuperando. Poco a poco. Sin reproches. Sin explicaciones. Sin palabras. Todos tenían un sitio en su nueva casa. Como si no hubiera pasado nada.

Con la vuelta de Joe y el reencuentro familiar, Rachel observa a sus hijos: la inseguridad de Joe, la permanente huida de Michael, el conformismo de Ellen… Cada uno se ha reconstruido como ha podido. Puede que sea por la culpa, el momento o el tiempo transcurrido, pero Rachel siente la necesidad de contarles, al fin, su versión de la historia.

Una revelación siempre tiene consecuencias… Y las fichas de dominó empiezan a caer. Imparables.

 << No obstante, cuando me siento en la cama y me quito las medias y masajeo mis pies de cincuenta y dos años, caigo en la cuenta de que yo también he hecho justo lo que menos quería hacer. Les he dado a mis hijos los dos regalos más crueles: la experiencia de una felicidad familiar perfecta y la absoluta certeza de que tarde o temprano se acaba >>.


Hace poco escuché algo sobre la paternidad que me hizo reflexionar y pensar en la familia, en general, y en este libro, en particular: “Los hijos, primero nos quieren, luego nos juzgan y finalmente, nos perdonan”.

Siempre me impresionan los escritores que son capaces de escribir como se respira: como si fuera fácil.

¡Qué historia más maravillosa nos cuenta Jane Smiley!

No os la perdáis.

SLHLT 

No hay comentarios:

Publicar un comentario