Cuando me
puse a hacer balance de las lecturas del 2020, me di cuenta de que no había
leído nada de poesía en todo el año y que era algo a lo que tenía que ponerle
remedio. Por ello, y saltándome a la torera las reseñas de otros libros que leí
con anterioridad, no quiero dejar pasar el mes de enero sin compartir con vosotros
Calibán, el fantástico poemario de Natalia Menéndez: compañera de
trabajo y poeta.
Soy una persona que sé un poco de casi nada y nada de casi todo. Y con la poesía y el vino me pasa lo mismo: no soy ninguna entendida y me faltan muchísimos conocimientos, pero sé distinguir cuándo algo me gusta y Calibán me ha encantado.
La de Natalia Menéndez es una poesía madurada en barrica, la de una mujer que se reconoce en la piel que habita y que se enorgullece de sus cicatrices; la de quien se identifica con el grito y la lucha de sus iguales; la de alguien que reconoce el trabajo y el esfuerzo de todas las que la precedieron sin habitaciones propias, y la de quien reivindica, con un nudo en las entrañas, la voz salvaje de Calibán, para gritar bien alto todo lo que no debe ser callado.
Aquí os dejo uno de mis poemas preferidos.
TRIBULa tribu que me acoge
no acepta ya la servidumbre de ser costilla,
hueso derivado,
fragmento, fracción de un todo,
y reivindica su osamenta íntegra.
Exige su esqueleto propio, erguido,
completo y guerrero.
La piel valerosa, acaso delicada,
pero curtida en el silencio de mil batallas,
lleva siglos viviendo en una urna frágil.
En una celda despiadada.
En un nido de silencio.
En el vientre de la ballena.
En diversos escenarios, pero siempre
con destrozos y desgarros.
La revolución está en marcha
y penetra por un resquicio, voraz,
por una grieta de la esperanza.
La casta se aferra al humo
y se enfrenta a una perturbadora certeza:
algo ha estallado.
Haremos ruido y pasará a la Historia.
Porque la tribu no acepta ya la servidumbre del silencio.
Los pelos como escarpias.
Os va a encantar.
SLHLT
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