Dicen que debo morir. Dicen que
le robé el aliento a unos hombres y que ahora ellos deben robarme el mío.
Supongo, entonces, que todos somos llamas de vela, brillantes de grasa,
parpadeando en la oscuridad y en el aullido del viento, y en la quietud de la habitación
escucho pisadas, pisadas espantosas que se acercan, que vienen a apagarme y a
sacarme la vida del cuerpo en forma de corona de humo gris. Me fundiré con el
aire y con la noche. Nos apagarán a todos, uno a uno, hasta que quede
únicamente una luz, bajo la que se ven ellos. ¿Dónde estaré yo entonces?
Agnes Magnusdottir espera
a la muerte en una pequeña granja de Kornsa.
Allí, en la humilde casa del alguacil de la comarca, pasa sus últimos meses de
vida. Se la ha acusado y condenado por la muerte de dos hombres. No hay piedad
para ella.
Las primeras semanas las pasa en silencio, trabajando como una
criada más y bajo la mirada vigilante y temerosa de la mujer del alguacil y sus
dos hijas. Pero con la llegada del reverendo Tóti, las palabras comienzan a salir de su boca. Al principio a
trompicones, desconfiadas, con recelo e ira. Pero según pasan las semanas,
comienzan a fluir como un manantial imposible de contener.
Y esas palabras consiguen ablandar corazones.
Aunque solo de los que se atreven a escucharlas.
En esta historia Hannah
Kent realiza un trabajo de investigación inmenso para recrear el ambiente y
dotar de dignidad a Agnes, la última
mujer decapitada en Islandia, a principios del siglo XIX.
La autora logra emocionarte, con una historia de la que ya conoces
el final, porque es Agnes la que te
la cuenta. Y consigues meterte en su piel y tiritar con ella, notar el crujir
de sus huesos, ver con sus ojos, recordar su infancia a través de su
voz, y temblar con ella en sus sueños.
Y no quieres que la maten. Lo haya hecho o no.
Maravillosa.
SLHLT
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