Ana Penyas hace, en esta novela gráfica, un maravilloso homenaje
a sus abuelas.
Maruja y Herminia. Dos mujeres muy diferentes a las que les tocó
vivir tiempos difíciles. Dos mujeres silenciadas, como todas, por una dictadura
y un machismo estructural asfixiante, que hicieron todo lo que pudieron, con
las armas de las que cada una disponía, para sacar adelante a sus familias y adaptarse
a lo que fuese viniendo.
Es paradójico que esas mujeres a las que una vida en dictadura y
represión les quitó la voz, hoy, también se encuentren silenciadas por el
olvido de una sociedad democrática que teme envejecer y esconde sus canas y sus
arrugas. Y que la velocidad frenética a la que vivimos hace que no tengamos
tiempo para reflexionar, para escuchar las historias de las que nos precedieron,
para aprender de ellas y para evitar caer en los mismos errores.
Hace unos días mi madre me contaba que Madrina, su abuela, sabía muchísimo de plantas. Que cuando eran
niñas y les dolía la barriga, les preparaba ungüentos que las aliviaban, que
sabía cómo bajarles la fiebre y cómo curar a los animales. Y que todo aquello
se perdió. Porque parecía que ella estaría siempre… Y porque probablemente
nadie le dio la importancia que tenía.
Este libro te emociona. Y te muestra la clave de la inmortalidad
sin necesidad de pactos con diablo alguno, ni de santos griales ni piedras
filosofales. La inmortalidad es el recuerdo.
Maruja y Herminia ya son eternas. Igual que lo son Madrina y Generosa. Porque no hay ni un solo día que no nos acordemos de
ellas.
SLHLT
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