domingo, 7 de agosto de 2022

Catedrales

<< No creo en Dios desde hace treinta años. Para ser precisa, debería decir que hace treinta años me atreví a confesarlo. Tal vez no creía desde tiempo antes. No se abandona “la fe” de un día para otro. Al menos no fue así para mí. Aparecieron algunas señales, síntomas menores, detalles que, al principio decidí ignorar. Como si estuviera germinando dentro de mí una semilla que, tarde o temprano, reventaría y abriría la tierra para salir a la superficie como un tallo verde, tierno, débil aún, pero decidido a crecer y gritar a quien quisiera oírlo: “No creo en Dios” >>.


Nadie está preparado para despertarse una mañana con la noticia de que el cuerpo de tu hermana pequeña ha sido encontrado, quemado y descuartizado, en un descampado a las afueras de la ciudad. Algo así no se mastica ni se digiere. Se traga entero y se queda atravesado de por vida entre la garganta y el corazón. Con el tiempo, te acostumbras a tener ese nudo ahí, como una nueva extremidad. Pasa a formar parte de tu cuerpo, pero no te permite olvidar.


Ana, hija menor de una familia de clase media, conservadora, tradicional y religiosa, como tantas, aparece asesinada. El tiempo se para. Se ralentiza. Pero el culpable no aparece y todos parecen dispuestos a olvidar. Treinta años después su hermana Lía, desde el otro lado del mundo, recibe una extraña visita junto con las cenizas de su padre. Algo se vuelve a abrir y el nudo en el pecho despierta, molesta, duele y late. Quizás haya llegado el momento de descubrir la verdad.


Esta historia va mucho más allá de la investigación de un asesinato. Esa búsqueda es la excusa para desenterrar algo más profundo: secretos, prejuicios, la doble moral escondida detrás del agua bendita y los padrenuestros, y el odio vestido de buenas intenciones.


Leed a Claudia Piñeiro. Es oro puro.

SLHLT

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