<< Aquel
día había mejillones para cenar, pero eso no era ni una señal ni una
coincidencia. Cierto que era inusual, pero está claro que no era ninguna señal,
aunque más tarde alguna vez hemos dicho, aquello fue un mal agüero, lo hemos
dicho alguna vez, pero seguro que no lo era, como tampoco era una coincidencia.
Por qué precisamente aquel día íbamos a comer mejillones, precisamente aquella
noche, nos lo hemos preguntado alguna vez, pero tampoco era eso exactamente, de
ninguna manera puede decirse que fuera una coincidencia, solo es que a
posteriori hemos tratado de interpretar el hecho de que hubiera mejillones para
cenar como una señal o una coincidencia, porque lo que pasó después de esa cena
fallida fue tan terrible que ninguno de nosotros se ha recuperado aún. >>
Una familia sentada a la mesa espera para cenar. Los días especiales se cenan mejillones. Al padre le encantan. Hoy es un día especial. Y hay que celebrarlo. De ahí los mejillones. Aunque solo le gusten a él.
Tarda. Y
él siempre llega a su hora.
Los
mejillones se enfrían. Nadie los toca.
El
silencio se rompe. Un comentario sobre la hora, sobre los mejillones, sobre la
espera. Parece banal. Pero no lo es. Porque las palabras son conjuros que hacen
que lo que no existe empiece a cobrar vida ante tus ojos. Primero es solo una
sombra, luego adquiere color, los contornos dibujan formas y, de repente: ¡ahí
está! Todos lo ven. Nadie lo puede negar.
Una vez
que abres los ojos, no puedes dejar de verlo. Todo cambia y ya no hay vuelta
atrás.
Tenéis ante
vosotros una novela corta que, en un puñado de páginas, es capaz de condensar
la atmósfera asfixiante de una familia sometida al yugo de un padre
autoritario, inflexible y déspota. La hija mayor lo cuenta en una especie de
monólogo interior. Sin dramas. Con naturalidad. Solo hay que ponerlo en
palabras, soplar y dejar que todo se venga abajo.
Más que recomendable.
SLHLT
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