Diana tiene 14 años y es
la hija de una familia acomodada. Su madre, una beata de buena familia,
proporcionó buen nombre a la fortuna de su padre, un prestamista salido de la
nada, quien “se ganó” a su esposa en una apuesta.
Diana va a la escuela y
quiere estudiar para maestra, no por vocación, sino para ser independiente,
escapar del yugo familiar y poder leer todo aquello que se le antoje.
La relación con su madre
es fría, pero a su padre, ausente casi siempre, lo adora. Y ella tiene un
secreto que la atormenta y que no entiende muy bien: la visión de la sangre le
causa una atracción inexplicable.
Una tarde, mientras espía
la conversación entre su madre y Héctor, un viejo amigo que ha venido de
visita, a este se le resbala una jarra entre las manos y le hace un corte en el
brazo. Diana aún no sabe muy bien lo que pasó. Fue como si la oscuridad de una
tormenta repentina le nublara la razón. Se abalanzó sobre él y lo siguiente que
recuerda fue su boca llena de sangre, a su criada Teresa llevándosela a la
cocina y a Héctor con el brazo amoratado.
Este es el punto de
partida de Malasangre, en el que
Diana va a descubrir el origen de su hematofagia y va a tratar de averiguar qué
hacer con ella. También, y muy a su pesar, descubrirá que el ser humano comete pecados
mucho peores que la sed de sangre.
Esta novela peculiar, a
medio camino entre lo histórico y lo gótico, tiene un punto transgresor y
feminista muy interesante. Lo que más me ha gustado ha sido Modesto y la evolución
del personaje de Diana.
SLHLT
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