miércoles, 13 de mayo de 2020

Malasangre

Caracas, 1920.

Diana tiene 14 años y es la hija de una familia acomodada. Su madre, una beata de buena familia, proporcionó buen nombre a la fortuna de su padre, un prestamista salido de la nada, quien “se ganó” a su esposa en una apuesta.
Diana va a la escuela y quiere estudiar para maestra, no por vocación, sino para ser independiente, escapar del yugo familiar y poder leer todo aquello que se le antoje.
La relación con su madre es fría, pero a su padre, ausente casi siempre, lo adora. Y ella tiene un secreto que la atormenta y que no entiende muy bien: la visión de la sangre le causa una atracción inexplicable.
Una tarde, mientras espía la conversación entre su madre y Héctor, un viejo amigo que ha venido de visita, a este se le resbala una jarra entre las manos y le hace un corte en el brazo. Diana aún no sabe muy bien lo que pasó. Fue como si la oscuridad de una tormenta repentina le nublara la razón. Se abalanzó sobre él y lo siguiente que recuerda fue su boca llena de sangre, a su criada Teresa llevándosela a la cocina y a Héctor con el brazo amoratado.
Este es el punto de partida de Malasangre, en el que Diana va a descubrir el origen de su hematofagia y va a tratar de averiguar qué hacer con ella. También, y muy a su pesar, descubrirá que el ser humano comete pecados mucho peores que la sed de sangre.
Esta novela peculiar, a medio camino entre lo histórico y lo gótico, tiene un punto transgresor y feminista muy interesante. Lo que más me ha gustado ha sido Modesto y la evolución del personaje de Diana.
SLHLT

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