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Los
muertos no ranchan donde los vivos. Tenés que entender.
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No me importa.
Mamá se guarda acá, en mi casa, en la tierra.
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Aflojá
de una vez. Todos te esperan.
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Si no
me escuchan, trago tierra.
Cometierra, le
dicen.
Tiene un don. Desde pequeña. Desde que asesinaron a golpes a su madre, es
capaz de ver dónde están aquellos que han desaparecido, vivos o muertos,
tragando la tierra que sus pies pisaban.
Cierra los ojos, se mete
un puñado de tierra en la boca y empieza a ver.
<<Acaricié la tierra que me
daba ojos nuevos, visiones que solo veía yo. Sabía cuánto duele el aviso de los
cuerpos robados. Acaricié la tierra, cerré el puño y levanté en mi mano la
llave que abría la puerta por la que se habían ido María y tantas chicas, ellas
sí hijas queridas de la carne de otra mujer. Levanté la tierra, tragué, tragué
más, tragué mucho para que nacieran los ojos nuevos y pudiera ver>>.
Desde el día del
entierro, su tía, a regañadientes, se hace cargo de ella y de Walter. Y no le
deja que coma tierra.
Pero su maestra
desaparece. Pasan los días y no vuelve. Ella aún es muy pequeña. No sabe si
funcionará… Durante el recreo va al último sitio en el patio donde la recuerda,
y traga la tierra que sus pies pisaron.
Siempre hay ojos que
observan. Y la mandan a Dirección. Ella lleva entre sus manitas un dibujo de su
maestra en el lugar donde encontrarán sus restos.
Su tía no lo aguanta más
y los abandona a su suerte.
Este es el comienzo de
una historia maravillosa y desgarradora a partes iguales, donde nuestra
protagonista ha de descubrir cómo seguir viviendo y decidir qué hacer con el
don que le ha tocado en suerte… O en desgracia.
No quiero contar mucho
más. Pero me ha encantado y emocionado a partes iguales.
Seguro que a vosotros también.
SLHLT
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