miércoles, 17 de junio de 2020

Litio

Escupías fuego por la boca cuando te conocí. Debería haber intuido el peligro: un chico de dieciséis años sin remera, tomando sorbos de nafta en el medio del campo helado para escupir llamaradas. El pasto grisáceo estaba cubierto de escarcha, a vos te caía, por el surco que dejan tus pulmones en tu pecho pálido, un hilo de kerosene. Brillabas por partes, un Vermeer caprichoso. La noche y la intemperie te quedan bien, algo de leñador que tenés, una actitud de resolver a la fuerza, a hachazos.
No sabes muy bien cómo, te encuentras cuidando los gatitos recién nacidos de un exnovio al que han ingresado por una crisis psiquiátrica. Su madre te llamó para darte las llaves de su casa. Ella no quiere hacerse cargo.
Verónica tiene allí cosas todavía. Pero no ha vuelto. En su lugar estás tú. Y al entrar viste la sangre.
La gata te ataca. Está terriblemente protectora con las crías. Y eso te hace recordar a otra madre: la tuya. La que se suicidó.
A medida que pasan los días, la casa te va devorando. El pasillo oscuro te asusta. La gata te vigila. No puedes abrir la lavadora y la puerta del armario se te viene encima.
Noches fuera hasta que se hace de día. No te concentras y vas a perder lo que te queda de curso cuando ya estás a punto de acabar la carrera y lo que deberías estar pensando es en trabajar…

Os encontráis ante una novela que es puro lirismo áspero, y una especie de diario de pensamientos: a veces hilados, a veces inconexos, que saltan en el tiempo y que cambian según la voluntad de sufrir y de modificar los recuerdos que tenga su dueño. Es una historia sobre la transición a la madurez y la dificultad de cerrar capítulos de la propia vida, aunque nos hagan terriblemente infelices.
Me ha gustado.
SLHLT

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