miércoles, 18 de abril de 2018

El jardín de los sospechosos

Martín Guidú es fotógrafo. Y bastante bueno. Por eso va a dar una charla sobre su oficio al colegio de Lucas. Por eso y porque Anakin, su hermano, el padre de Lucas, se muere y se lo ha pedido.
Son las ocho de la mañana. Faltan tres horas para que se cometa el crimen. Pero eso Martín aún no lo sabe. Coge el tren que lo llevará hasta Ítaca, cual Odiseo. Y en su viaje,  piensa. 

Piensa y recuerda. 

Su mente vuela mientras el mundo se mueve, en sentido contrario, al otro lado de la ventanilla. Y piensa en Anakin, en cuando eran niños y en los veranos con los abuelos. En cómo eran. En cómo son. Y en cómo será la vida sin Anakin. Piensa en su madre, que murió siendo ellos aún muy niños. Y en su padre viudo y en la primera foto que le hizo. Piensa en Alicia y en Julia, en la llegada de Kinde y en el milagro de Lucas… 

Piensa, recuerda y reconstruye su historia. Una historia de la que su hermano va a dejar de formar parte para siempre.
Después de dar su charla a padres e hijos, y sacar unas cuantas polaroids, los niños de la clase de altas capacidades de Lucas salen al recreo. Bueno, Lucas no sale. Se queda con Martín y con Kinde… Pero al sonar el timbre de vuelta, no regresan todos. Falta Alicia. Y media hora más tarde encontrarán su cuerpo en un antiguo refugio antiaéreo que hay en el jardín.
El inspector Barriuso, con la ayuda de Martín y Natalia, la profe de los chicos, seguirán pistas y atarán cabos para encontrar al culpable. Y cinco horas después todos intentarán seguir adelante con sus vidas.
El jardín de los sospechosos es una novela de las de “habitación cerrada”, donde lo sustancial no es que se haya cometido un crimen, pues la autora te lo adelanta desde el principio. Tampoco es tan importante quién ha sido el culpable. Lo trascendental es el motivo. ¿Podrías entenderlo? Cuando lo leas, me lo cuentas.
Hay muchas cosas que me han gustado de este libro: la voz en la cabeza de Martín, ese otro narrador que todos llevamos dentro y al que escuchamos poco, las múltiples referencias literarias que hace la autora, la idea de la responsabilidad compartida, del desconocimiento de lo que hacen los hijos cuando no los ves, y de lo aterrador que resulta la imitación de un comportamiento adulto por parte de un niño. Además, el personaje de Braulio Gador me ha fascinado.
Me he quedado con las ganas de saber más sobre nuestros protagonistas pero, tal y como acaba el libro, estoy completamente convencida de que pronto volveremos a verlos. ¿Me equivoco, Marina?

Si queréis pasar un par de tardes de lo más entretenidas, no dudéis en venir a pasear por El jardín de los sospechosos.
SLHLT

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