Berlevag es un
pequeño pueblo situado a los pies de uno de los muchos fiordos que pueblan la
costa danesa. A mediados del siglo XIX allí se establece una comunidad piadosa
dirigida por un pastor luterano que se encarga del cuidado de sus vidas y sus
almas.
Este buen hombre tuvo dos hijas, criadas en la austeridad, la
misericordia y el amor al prójimo. ¡Nunca se conoció muchachas más piadosas y
dedicadas a su comunidad! Incluso rechazaron la posibilidad de desarrollar su
propia felicidad y talento para dedicarse a seguir los pasos de su padre.
Una noche lluviosa de 1871, tres timbrazos sacan a las hermanas
de sus quehaceres cotidianos, y al abrir la puerta ven a una mujer morena, voluminosa,
tremendamente pálida y empapada hasta los huesos, que cae desmayada a sus pies.
Tras volver en sí, saca de entre sus ropas una carta que tiende a las dos hermanas
sin decir ni una palabra.
Una carta escrita en francés.
En esa carta, un viejo amigo les pide que ayuden a Babette, pues ha tenido que huir de
París como consecuencia de la guerra franco-prusiana y el levantamiento de les communards.
Las hermanas la acogen, no sin cierto recelo, pues, aunque es un
acto de bondad y generosidad que su padre también habría hecho en vida, temen
que esa extraña altere sus vidas y amenace la paz de la comunidad. Pero se
equivocan. Babette sigue al pie de la
letra sus deseos e instrucciones, cambiando sus vidas solamente para mejor,
hasta convertirse en una parte fundamental de las mismas.
Los años pasas repitiendo todos ellos sus 365 días de rutinas,
austeridad y renuncias. Ya van quince desde que Babette llegó. Pero un día, con el mismo envoltorio que cualquiera
de los otros, Babette descubre que le
ha tocado la lotería y quiere ofrecer a
toda la comunidad una cena de agradecimiento y de homenaje al difunto pastor
luterano en el centenario de su nacimiento. ¡Una cena por todo lo alto! Como
las que ella solía preparar en París.
Las hermanas no se pueden negar pues es lo único que Babette les ha pedido en esos quince
años, pero temen que se quiera ir y que la opulencia de la cena altere a una
comunidad que ya no es ni tan piadosa ni tan amante del prójimo como solía ser.
El desenlace lo tendréis que descubrir vosotros.
Al igual que en los cuentos infantiles, El festín de Babette
podría haber empezado con un “Érase una
vez…” Porque es un cuento delicioso y con moraleja.
¿Y cuál es la lección que nos enseña? Entre otras muchas, que la
felicidad se puede alcanzar entre bocado y bocado, pero que siempre ha de ser
compartida, que el talento es algo que no se puede disimular, que la excelencia
no solo satisface al que la posee, sino a cualquiera que sea testigo de ella, que
el disfrute siempre llega al abrir la mente y al perder el miedo, y que la
belleza puede estar, también, nadando en el fondo de una cuchara.
Aunque había oído hablar de la película, no la había visto. Y
tampoco sabía que se trataba de la misma autora de Memorias de África. Así que esta lectura me ha servido para
aprender e investigar muchas otras cosas.
Me ha gustado muchísimo. Y las ilustraciones de Noemí
Villamuza le ponen la guinda al pastel.
Os la recomiendo.
SLHLT
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