martes, 7 de agosto de 2018

Las retrasadas

Tonta.
Retrasada.
Así la llaman en el pueblo. A veces en susurros. Otras, de viva voz.
La Varienne.
Cuando quedó preñada le querían quitar a la criatura. “Si no sabe casi cuidarse sola”. Pero ella no les habría dejado. Se habría defendido con uñas y dientes. Y cuando la niña salió de sus entrañas, gritó bien claro su nombre: ¡¡¡Luce!!!
La Varianne trabaja en la casa grande y cuida de Luce en su pequeña casita. A veces la señora ya no quiere las cosas y se las da. Y ella las lleva para la casuca, donde Luce las hace suyas. Y así viven las dos. En un universo creado solo para ellas.
Pero la niña crece y la escuela es obligatoria. Todo el mundo lo dice.
La Varienne la acompaña y se queda en la verja. Parada. “Se tiene que marchar”.
La casa sin Luce se llena de ausencia. Su universo se quiebra.
Ya nada es igual. Esa noche ninguna de las dos duerme. Y las lágrimas ruedan por sus mejillas. Algo ha cambiado. No contaban con ello. Luce no permitirá que las palabras rompan su pequeño universo: no va a aprender nada. ¡Nunca más!
La Señorita Solange le quiere enseñar las letras y las palabras. Pero Luce permanece callada. Muda. La maestra va hasta su casa a hablar con su madre para que entienda lo importante que es la escuela. Y cuando los otros niños se van, se queda con Luce para ayudarla. Y escribe su nombre en la pizarra. Luce M.
Ese nombre. M. Ese nombre no es el suyo.
Luce escapa. Y enferma. No volverá más.
Y la Señorita Solange, no entiende lo que ha hecho. Ella, que siempre ha luchado contra los prejuicios de los que dicen “de tal palo tal astilla”, de los que creen que de una madre retrasada saldrán hijos retrasados y que es la única que echa de menos a Luce cada día en su clase, no sabe qué ha pasado y va cayendo en el abismo.
Un día, de forma fortuita, esas palabras vuelven a las manos de Luce. Y siente que siguen vivas en su cabeza. Allí, en silencio, no duelen. No dañan.
Es su secreto.
Y quizás su salvación…

Cuando alguien es capaz de escribir con la dulzura y el talento de Jeanne Benameur, y de hacerte latir con tanta fuerza el corazón en las escasas 80 hojas de este libro, solo cabe rendirse a sus pies y darle las gracias por escribir, por existir, y por haber entendido tan bien el poder que tienen las palabras.
Precioso.

Tenéis que leerlo.
SLHLT

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