viernes, 17 de agosto de 2018

Pequeño país

La verdad es que no sé cómo comenzó esta historia. Papá sin embargo, nos lo había explicado todo un día en la camioneta.
-     Mirad, en Burundi sucede como en Ruanda. Hay tres grupos diferentes, se llaman etnias. Los hutus son los más numerosos, son bajitos y tienen la nariz ancha.
-     ¿Cómo Donatien? – le pregunté yo.
-   No, él es zaireño, no es lo mismo. Como nuestro cocinero, Prothé, por ejemplo. También están los twa, o sea, los pigmeos. Ellos, bueno, dejémoslo, sólo son unos pocos, digamos que no cuentan. Y luego están los tutsis, como mamá. Son mucho menos numerosos que los hutus; son altos y flacos, con la nariz más fina y nunca se sabe lo que les pasa por la cabeza. Tú, Gabriel – añadió mi padre señalándome con el dedo - , eres un auténtico tutsi, nunca se sabe lo que piensas.
Tampoco yo sabía qué pensar. Al fin y al cabo, ¿qué podía pensar uno de todo aquel lío? Así que le pregunté:
-  ¿La guerra entre los tutsis y los hutus es porque no tienen el mismo territorio?
-     No, no es eso, están en el mismo país.
-     Entonces… ¿no hablan la misma lengua?
-     No, la lengua que hablan es la misma.
-  Entonces, ¿es porque no tienen el mismo dios?
-     Sí, sí tienen el mismo dios.
-     Entonces… ¿por qué están en guerra?
-     Porque no tiene la misma nariz.”

Gabriel, muchos años más tarde, desde París, recuerda aquellos días previos a que todo se convirtiera en sangre, dolor y muerte.
Aquellos tiempos en que la infancia de los niños era posible. Donde correr por un callejón de Kinanira con la pandilla era natural, donde las peores travesuras consistían en robar mangos a los vecinos y fumar algún que otro cigarro a escondidas. Donde los restos de una furgoneta hacían de cuartel general y cuando Ana aún no dibujaba hombres armados y cuerpos mutilados. Cuando mamá aún sonreía. Cuando mamá aún era mamá y no aquella mujer atormentada por las pesadillas del infierno ruandés. Cuando no silbaban las balas y antes de que todos fueran enemigos y la única salida fuese acabar con ellos.
En estas páginas Gaël Faye describe, desde el recuerdo y la nostalgia del que se sabe exiliado, y a través de los ojos de un niño (que bien pueden haber sido los suyos propios) el final de la inocencia de la peor de las maneras posibles: con el estallido de la guerra, primero en Ruanda y luego en Burundi, de hutus contra tutsis.

Ha resultado ser una lectura preciosa, cruda y emocionante. Me ha gustado muchísimo. 
SLHLT

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