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Quiero empezar por el principio mismo de la tradición literaria occidental, con
el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer “que se calle”,
que su voz no había de ser escuchada en público. Me refiero a un momento inmortalizado
al comienzo de la Odisea de Homero, hace casi tres mil años, una historia que
tendemos a considerar como el relato épico de Ulises y las aventuras y
peripecias a las que tuvo que enfrentarse para regresar a casa tras finalizar
la guerra de Troya, mientras su leal esposa Penélope le aguardaba y trataba de
ahuyentar a sus pretendientes que la apremiaban para casarse con ella. No
obstante, La Odisea es asimismo la historia de Telémaco, hijo de Ulises y de
Penélope, la historia de su desarrollo personal, de cómo va madurando a lo
largo del poema hasta convertirse en un hombre. Este proceso empieza en el
primer canto del poema, cuando Penélope desciende de sus aposentos privados a
la gran sala del palacio y se encuentra con un aedo que canta, para la multitud
de pretendientes, las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de
regreso al hogar. Como este tema no le agrada, le pide, ante todos los
presentes que elija otro más alegre, pero en ese mismo instante interviene el
joven Telémaco: “Madre mía -replica-, vete adentro de la casa y ocúpate de tus
albores propias, del telar y de la rueca… El relato estará al cuidado de los
hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa”. Y ella se
retira a sus habitaciones del piso superior.
Hay algo
vagamente ridículo en este muchacho recién salido del cascarón que hace callar
a una Penélope sagaz y madura, sin embargo, es una prueba palpable de que ya en
las primeras evidencias escritas de la cultura occidental las voces de las
mujeres son acalladas en la esfera pública. Es más, tal y como lo plantea Homero,
una parte integrante del desarrollo de un hombre hasta su plenitud consiste en
aprender a controlar el discurso público y a silenciar a las hembras de su
especie >>.
Este libro transcribe dos conferencias que pronunció Mary Beard (2014 y 2017) en las que nos abre los ojos ante lo profundamente arraigados que están los mecanismos encargados de silenciar a las mujeres en nuestra sociedad, manteniéndolas alejadas del poder.
¿Por qué
las mujeres tenemos que pagar un precio tan alto si queremos optar a la parte de
poder que nos corresponde? ¿Por qué es tan difícil que se escuche nuestra voz y
seamos tomadas en serio? ¿Por qué para ser respetadas en las esferas del poder
hemos de comportarnos como los hombres? ¿Por qué los errores que comete una
mujer son imperdonables? ¿Por qué en cuanto una mujer emite cualquier tipo de
opinión hay un hombre, al que no se le ha pedido la suya, que se ofrece a
explicarle en qué se equivoca?
El
problema parte de la definición de poder en sí misma, hecha a medida para ajustarse
como un guante a una cara, una voz y un nombre de varón. En ella, aún después
de tanto tiempo, a las mujeres se nos sigue considerando como intrusas, que usurpamos
el lugar que debería estar ocupando un hombre, sin importar nuestros méritos.
Encontrado
el problema, la solución cae por su propio peso: hay que transformar la
definición, la estructura y el modelo, y no a las mujeres para que encajen en
ellos.
No puedo dejar de recomendaros estas páginas: interesantes, enriquecedoras y poderosas.
SLHLT
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