Walter Fendrich es un
veinteañero que ha sido capaz de salir adelante lejos de su pueblo natal y de
su padre, maestro, en los difíciles años de la postguerra alemana. Tras probar
varios trabajos y no ser especialmente bueno en ninguno, ha conseguido ganarse
la vida como reparador de lavadoras y electrodomésticos varios en la gran
ciudad. Su vida no ha sido fácil.
Lunes. En un día gris, similar a cualquier otro, transcurre esta
historia. Aunque es el día en el que decidirá cambiar de vida, la única
diferencia con cualquier otro día es que ha de ir a recoger a la estación a Hedwig Muller, la hija de un antiguo profesor
que viene a trabajar a la ciudad. La visión de esa mujer, que en su mente era
solamente una niña, hará que se imagine una vida diferente a su lado, una vida
en la que quizás pueda ser feliz.
Durante el día que transcurre la historia, el protagonista
recuerda...
El hambre y la decepción han sido sus compañeros de viaje…
Y aunque pueda parecer que esta es una historia de amor, sobre todo
es una historia de hambre.
“El hambre me enseñaba los
precios. La idea del pan fresco se me metía estúpidamente en la cabeza, y a
veces, por la noche, rondaba por la ciudad durante horas y sólo pensaba en una
cosa: pan. Tenía los ojos ardientes, las rodillas débiles, y sentía que había
en mí algo de lobo. Pan. Deseaba el pan como el morfinómano desea la morfina.”
Hambre del pasado. Hambre imposible de saciar. ¡Hambre de pan!
“Cuando estaba en casa, le robé
libros a mi padre para comprar pan, libros que él amaba, que había reunido y
por los cuales había pasado hambre cuando era estudiante…, libros por los que
había pagado el precio de veinte panes y que yo vendía al precio de medio pan.
[…] pero yo, yo tomaba los libros al azar, los escogía tan solo por su volumen.
Mi padre tenía tantos, que yo creí que no se daría cuenta; hasta mucho más
tarde no supe que conoce cada uno de sus libros como un pastor conoce su rebaño
– y uno de aquellos libros era pequeño y mugriento, era feo, y yo lo vendí por
el precio de una caja de cerillas…, y después supe que tenía tanto valor como
un vagón de panes. Más tarde mi padre me pidió, y se ruborizó al hacerlo, que
le confiase a él la venta de los libros, y el mismo los vendía, me mandaba el
dinero y yo compraba pan.”
Es la primera vez que leo un libro de Henrich Böll y, aunque
corto, no es un libro fácil.
He de decir que me ha gustado mucho su manera de
escribir: la descripción de los escenarios, la angustia latente, la falsa
simplicidad de los personajes, la capacidad de hacerte sentir el frío en la
piel, la desesperación y el estómago vacío.
SLHLT
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