Lucas es
escritor. Tiene 45 años. Está casado y tiene un hijo, Maiko. Y está en plena crisis: crisis de los cuarenta, crisis de la
hoja en blanco, crisis de pareja, crisis de paternidad, crisis por lo que pudo
haber sido y no fue… Vamos, una crisis existencial en toda regla.
El antiguo niño bien, cheto,
del barrio de Palermo, ya no tiene plata
y es su mujer quien lo lleva manteniendo los últimos años mientras él intenta
dedicarse a escribir, aunque realmente lo que aporta algo de beneficio a la familia
son las clases que, muy a su pesar, se ve obligado a dar.
Pero parece que su suerte está a punto de cambiar: un editorial
española y otra colombiana le han dado sendos adelantos por un par de libros
que aún no ha escrito. Para evitar perder dinero con la depreciación del peso
argentino, cruzará el Río de la Plata y cobrará los cheques en dólares en
Montevideo y los traerá escondidos a Buenos Aires. Además tiene una cita con Guerra, una joven que conoció en una
fiesta hace ya más de un año, con la que intercambia correos electrónicos y que
ha idealizado en su cabeza hasta volverla una obsesión y la protagonista de sus
sueños. ¡Qué puede salir mal!
Este es el punto de partida de La uruguaya. Una de esas novelas de “todo en un día”. Uno de esos días que marcan un antes y un después en
tu vida y que si llegas a imaginar lo que te espera, no saldrías de debajo de
las sábanas. Pero no os equivoquéis, la novela no es el viaje, sino la
reconstrucción de ese viaje hecho por el protagonista años después. ¿Para qué? Quizás
para acabar de entenderlo o para justificarse, puede que también un poco para
vengarse y sin duda para exorcizarse y ser capaz de cerrar un capítulo de su
vida y poder pasar página definitivamente.
Es una historia muy entretenida, llena de saltos y recuerdos que
vienen y van, y que nos dibujan a Lucas
completo. Los diálogos, tanto los hablados como los imaginados, son ágiles y
divertidos; y no puedes evitar oírlos en tu cabeza con acento porteño. Y luego
está ese punto de predestinación o destino nefasto que inevitablemente hace que
todo se “vaya a la mierda”.
A veces también le tengo miedo a Maiko.
Miedo a él. Incuba cada virus que se agarra en el jardín, lo aísla y lo
fortalece dentro de su flamante sistema inmunológico y me la pega con toda la
furia. Sus gripes me derrumban, me dejan pensando que me voy a morir, sus
gastroenteritis me mandan al banco de suplentes una semana entera, la
conjuntivitis leve que se agarró, me dejó ciego a mí dos meses. Lo veo avanzar con sus mocos, dice papá medio
llorando, con esa burbuja de moco que se le hace en un agujerito de la nariz,
viene hacia mí, es un estreptococo de noventa centímetros.
No conocía al autor y me ha gustado. Es un libro negro,
fresco y diferente. Os lo recomiendo.
SLHLT
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