“Nada me ha hecho nunca tanto
daño como el amor. Al poco de nacer, estuve a punto de morir de una hernia
estrangulada. Mis padres me veían llorar día y noche, y no entendían, se
obstinaban en tenerme en brazos como si fuera cuestión de afecto, una nostalgia
de la placenta que hubiera que colmar.”
Tiene ocho años y no come nada. Es solo piel y hueso… Y pelo
largo. Lo confunden con una niña y a su padre se lo llevan los demonios.
No tiene hambre. Lo poco que le obligan a comer lo vomita. No
quiere crecer.
Su madre está desesperada. ¡Ya no sabe qué hacer! Nada funciona.
Nada le gusta. ¡Nunca tiene hambre! Está en los huesos. El pediatra dice que
está sano. Que no se preocupe. Que no se obsesione. Que es una fase. Que se le
pasará. Que haga ejercicio. Así se le despertará el apetito. Pero no es verdad.
Su padre tampoco lo entiende. Quiere que coma, pero no tiene
tiempo ni ganas de pelear con él. Y cuando lo intenta, fracasa. Y le grita. Y
se enfada. Y le echa la culpa a su mujer. “¡Ojalá
no lo hubiéramos tenido!”
No quiere crecer. No quiere que le pase lo que a los otros
niños. Algunas noches oye sus lloros. Hay niños que no ha vuelto a ver. No se
han marchado a casa de sus abuelitos. No. ¡Se los han comido! A él sus padres
no se lo comerán. No lo van a engordar. Y no se lo podrán comer.
Este es el principio de esta historia en cuatro “actos”: la Primavera, el inicio, el planteamiento,
la presentación de los personajes.
El Verano llegará con el
descubrimiento del hambre, asociada a la crueldad y a la maldad, una puerta al
mundo que le será abierta por un pequeño Pigmalión,
el hijo de la frutera. A veces no se puede contener y come, y no puede parar, e
incluso disfruta. Solo el dolor controla el hambre que tiene. Y casi siempre consigue
vomitar.
Con el Otoño llegan
los cambios: de colegio, de compañeros, de inquilinos… porque ahora sabe que
hay alguien más ahí dentro:
No se ve desde fuera, pero
dentro de mí hay otro niño que crece escondido bajo mi piel, es suya esa voz
que me atormenta. Somos idénticos, es imposible distinguirnos, pero queremos
cosas distintas. Si yo estoy cansado él quiere jugar; si yo no quiero comer, él
se muere de hambre; si yo estoy triste a él le entran ganas de reír. Yo soy
débil y él es más fuerte cada día.
Y el Invierno llega. Y
con él la rendición.
¡¡Qué gran sorpresa me he llevado con este libro!!
Sabía que no era una novela convencional, pero ha sido mucho mejor
de lo que me esperaba. Es una historia contada con la maestría de quien tiene las
cosas claras pero no quiere enseñártelas, que sería el camino fácil, sino que
quiere que las descubras, como los buenos profesores. Y en este descubrimiento
hay dolor, y desasosiego, e incertidumbre, y miedo, y crueldad. Y llegas al
final del Invierno temblando y con las
rodillas peladas.
Y el final es magnífico. Pero no os quedéis en lo superficial.
Si habéis devorado y digerido esta historia, lo entenderéis: los vencidos han
de ser conscientes de la derrota. Aunque solo sea por un instante.
Muy, muy, muy recomendable.
SLHLT
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