martes, 11 de julio de 2017

Entre tonos de gris

Me sacaron de casa en camisón.
Si echo la vista atrás me doy cuenta de que todas las señales de lo que iba a ocurrir estaban ahí: las fotos de la familia ardiendo en la chimenea, mi madre cosiendo por las noches la plata y sus mejores joyas en el forro de su abrigo, y papá que no volvió del trabajo. Mi hermano pequeño, Jonas, hacía preguntas. Yo también, pero quizá no quise atar cabos sobre lo que significaban todas esas señales. Solo más tarde comprendí que mi madre y mi padre querían que escapáramos. Pero no lo hicimos.
Vinieron por nosotros y nos sacaron de casa.
14 de junio de 1941.
Así comienza Entre tonos de gris. Una novela que cuenta desde el punto de vista de una niña de catorce años, la deportación de una familia lituana a Siberia. Uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de esta Europa en la que vivimos.
¿Se han preguntado alguna vez cuánto vale una vida humana? Aquella mañana, el precio de la vida de mi hermano fue un reloj de bolsillo.
No olvidemos que la historia la escriben los ganadores. Y el gran vencedor de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de lo que digan las películas norteamericanas, fue Rusia. Mientras que hemos escuchado y leído una y mil veces de las bien documentadas atrocidades cometidas por Hitler, mucho menos sabemos de las de Stalin. Pero más de veinte millones de muertes pesan sobre su conciencia y sobre la de la sociedad a la que convirtió en cómplice y ejecutora de sus purgas.
Esta historia narra, a través de la voz, los ojos, los dibujos y los recuerdos de Lina, el trágico viaje sin retorno de una familia que no había hecho nada malo, pero que se convierte en enemiga del régimen por el simple hecho de ser lituana y de que el padre de familia sea un profesor universitario. Insultos, vejaciones, desnutrición, enfermedad, crueldad, trabajos forzados, humillaciones y muerte.
 - Pero ¿cómo pueden decidir, así sin más, que somos animales? Ni siquiera nos conocen – protesté –
- Nosotros sí nos conocemos – dijo mi madre – Sabemos que se equivocan. Y no permitas que te convenzan de lo contrario.
Y frío, mucho frío. Más frío del que el ser humano puede soportar y en las peores condiciones posibles. Tan al norte, la noche ártica dura meses. El sol no sale. No hay luz. Y a todo el sufrimiento anterior se une el tener que vivir entre nieves perennes donde solo se distinguen unos pocos tonos de gris.
Pero hasta en el peor de los tiempos existe una grieta por la que se cuela tímidamente la esperanza. Entre tanto horror y falta de humanidad existe un pequeño resquicio para la generosidad y la compasión. Y el mayor acto de rebeldía es mantener la dignidad y atreverse a querer sobrevivir.
“En lo más crudo del invierno, supe por fin que dentro de mí albergaba un verano invencible”
Albert Camus.

 SLHLT

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