Leer las historias de Montalbano es como volver a casa. En ellas
encuentro exactamente lo que busco: un escenario familiar, personajes
reconocibles, con sus virtudes, defectos y manías; tramas originales muy bien
desarrolladas y con la extensión adecuada, que suelen sacar a la superficie lo
peor del género humano; y humor, mucho humor: negro, ácido, inteligente y
costumbrista.
Aunque a lo largo de los años, y de las 25 entregas que ya lleva
la serie, mi querido Salvo Montalbano ha ido evolucionando, desarrollándose,
envejeciendo, y volviéndose cada vez más vulnerable, parte del encanto y
atractivo de estas historias es lo que permanece invariable: Vigata, Marinella
y Montelusa, la casa en la playa y las cenas que le prepara Adelina, las
discusiones con Livia, su novia eterna, las comilonas en la tratoría de Enzo,
los paseos por el espigón, Catarella y su idioma propio, Fazio y su amor por
los datos personales de los sospechosos, Mimi y sus escarceos amorosos…
Pero lo que realmente engancha de estas novelas negras es el
instinto policial, la perspicacia, la intuición, el carácter y el sentido de la
justicia del comisario Montalbano.
Esta entrega comienza con un extraño sueño, una tormenta y la
aparición de un vagabundo de aspecto mísero y modales exquisitos. Pero también
con un cadáver. El contable Barletta aparece asesinado y lo que en principio
parecía la consecuencia de un robo que salió mal, se convertirá en algo mucho
más complicado, oscuro, crudo y terrible. Nada era lo que parecía… Y a medida
que avanza la investigación, el mal lo ensucia todo y te das cuenta de que el
título le viene como anillo al dedo.
No os voy a contar más. No es la mejor novela de Camilleri, pero
está a la altura y el desenlace te sobrecoge. Esta vez fui capaz de adivinar el
motivo y me bebí las páginas restantes deseando no haber acertado. Pero acerté.
Espero que os guste tanto como a mí.
SLHLT
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