miércoles, 13 de diciembre de 2017

La luna en las minas

Había aullado de hambre toda la noche. A la madre se le había cortado la leche.
El padre se acercó a la cuna y lo miró. Las frazadas revueltas parecían a punto de engullirlo, pero se resistía, apretaba con fuerza los puños diminutos. Lo levantó con morosidad, esperando una voz que lo detuviera. La criatura abrió los ojos. Esos ojos. Las ojeras debajo, un presagio de luto si él no hacía nada.
Lo envolvió para protegerlo del frío. Era febrero y una gruesa capa de nieve cubría las calles del pueblo. Hizo un fardo prieto, el llanto cesó y lo sucedió una queja aguda, como la de los gatitos cuando los metían en un saco para tirarlos al pozo. Percibió tras de sí un roce entre las sábanas, ella se movía, tal vez dejaba de darle la espalda a esa cuna odiada. Cargó el fardo en el brazo derecho y se volvió. Despeinada y amarillenta, su mujer reptaba para sentarse. No le quitaba la vista de encima, pero seguía muda. Él avanzó hasta la puerta. Antes de abandonar el dormitorio, se giró de nuevo para que viera a la criatura.
- Llévatelo.
Nacer inocente. Nacer maldito.
Nacer con el odio y el miedo como único reflejo en los ojos de tu madre. Hijo del fruto del ataque de una bestia.
Un padre, que no es tal, se apiada de aquel bulto pequeño que es todo piel y llanto, y que aprieta los puños con fuerza, luchando por una vida que acaba de estrenar.
Al pasar por el cementerio le canta, para que se calme. Como un padre haría. La vergüenza le hace bajar la cabeza. No quiere que nadie del pueblo lo vea. Lo llevará con su madre, en el medio del bosque, para que ella se ocupe.
Una abuela, que no es tal, lo acoge. Y reniega de su propio hijo desde ese mismo momento. Ella cuidará y protegerá a ese niño con toda su fuerza. A pesar del miedo. Como una abuela haría.
Joaquín crece, entre susurros de maldiciones y coscorrones de su abuela. Y llega la edad de ir al colegio. La gente del pueblo lo mira con miedo. Sus hermanos le rehúyen y él les pone “ojos amarillos” (que no se entere la abuela) y se hacen pis encima.
<<Baja la cabeza, lobito>>                   <<Así, lobito bueno>>
Algunos niños le tiran piedras por el camino a casa. La abuela le pide que lleve al Rubio para que lo defienda.
<<Corre, lobito. Corre>>
Pero también hace un amigo: Vicente. El mejor de los amigos. Un filósofo encerrado en la piel de un niño pastor que teme a la muerte y a los espectros.
Y el tiempo pasa, y la metamorfosis llega una noche de luna llena.

Este libro es una pequeña joya. En él Rosa Ribas utiliza la licantropía como metáfora de lo diferente. Pero también habla de los hijos que han de pagar por los pecados de sus padres, de un mundo ruin y cruel lleno de miseria, donde el hambre era el pan nuestro de cada día, y el emigrar, para realizar el más duro de los trabajos, se convertía en la única opción.
Pero lo que más me ha gustado ha sido esa lucha de un hombre condenado contra su destino. Una lucha por ser mejor, a pesar de que las cartas estuvieran marcadas desde el principio. Una lucha por negarse a aceptar lo que todos esperaban de él, aunque para conseguirlo tuviera que dejarse la vida. Una lucha por la dignidad del individuo en un mundo donde todo aquel que se sale de la norma es temido y humillado; pero donde también es posible que un lobo y un pastor sean amigos. Los mejores amigos.
Tierna y cruel a partes iguales. Maravillosamente escrita. No le falta ni le sobra nada. Te emociona hasta el tuétano. De lo mejor que he leído este año.

¡Tenéis que leerla!
SLHLT

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