Durante una firma de libros en una pequeña librería de París, Amélie Nothomb conoce a Pétronille. Una
mujer joven y extraña con aspecto de chico adolescente y que estudia en la
universidad a Shakespeare y a Marlowe. La Nothomb aún se sorprende más al darse cuenta de que ya conocía a
aquella chiquilla, pues era una de las lectoras con las que mantenía
correspondencia, y a la que atribuía mucha más edad de la que realmente tiene.
Este es el principio de una extraña amistad basada en la
admiración, la sumisión, la imitación, la falta total de empatía y el champán.
No hay dos caracteres más opuestos y a la vez más cercanos. No son simplemente compañeras
de borrachera, pero tampoco son verdaderas amigas. Aunque, siendo sinceros,
¿quién puede definir los requisitos necesarios para la verdadera amistad?
Un Londres hostil, un París luminoso, una entrevista
surrealista, como poco, a Vivienne
Westwood, una lucha contra los ácaros, con sacudida de colchones incluida, en
plena estación de esquí, una vuelta a casa en ambulancia, un visión mordaz del
mundo editorial, una escapada a recorrer el Sahara a pie, un manuscrito
imposible de colocar; un final inesperado y champán, ¡mucho champán!
Extraña, divertida, ácida, a veces salvaje, muy particular y
siempre interesante. Esta es la Amélie
Nothomb que conozco y que me encanta.
Pétronille, sin
ser lo mejor de la Nothomb, no defrauda en absoluto. Devoré sus páginas en una
tarde con una sonrisa en los labios, una sorpresa en los ojos y una gran
satisfacción en la amígdala, hija del conocimiento de que esta lectura había de
ser rumiada durante mucho más tiempo del que tardó en ser leída.
La Nothomb siempre es
un acierto.
Y aunque no me gusta el champán, brindaría a su salud
con una copa de burbujas bien fría.
SLHLT
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