¿Os habéis parado a pensar que estamos hechos de vida? De muchas
vidas. Cada célula de nuestro cuerpo está viva y actúa como cualquier otro ser:
nace, crece, se alimenta, excreta, se mueve, interacciona con otras, se
reproduce y, finalmente, muere. Esas células tienen una historia como individuos
y una función que hace que, junto con otras muchas compañeras de fatigas, lata
mi corazón, entre aire en mis pulmones o me permita teclear estas palabras.
Juntas, esas células de vidas anodinas repetitivas y cortas, se convierten en
algo más, en mucho más: en ti y en mí.
Algo así es la historia que he elegido para comenzar el año y
que es ya la número 200 de este blog.
Cada uno de los protagonistas de esta novela recuerda un pedazo de
su vida. Con su visión personal nos transmite sus miserias, sus alegrías, sus
frustraciones y sus éxitos. Y todas esas historias están conectadas entre sí,
como las células de un organismo superior, todas son parte de algo mayor: la
vida.
Y la vida no es sencilla.
Este es el pequeño pueblo del Medio Oeste de Estados Unidos
donde se crio Lucy Barton, donde
viven sus hermanos, donde fue al colegio (en el que se quedaba las tardes para
hacer los deberes y no volver a casa), donde su madre cosía (era buena y muy
barata) y su padre trabajaba para otras granjas después de volver de una guerra
que lo descompuso, y donde buscaba con sus primos en la basura. Un lugar donde
el tiempo parece haberse detenido a descansar.
Lucy hace
mucho que se fue. Que escapó. Ahora vive en la ciudad, es escritora y ha
escrito un libro autobiográfico. Algunos no se creen que haya podido hacerlo.
Otros están orgullosos de su éxito. Y algunos, quizás teman salir en él…
Sin ser una continuación de Me llamo Lucy Barton, ambos libros
están conectados. Y Elizabeth Strout sabe
transmitir, como nadie, la fragilidad y la fortaleza del ser humano. Con una
narración personal, dulce e intimista, que te encoje el corazón, nos relata la
vida de gente corriente, con todo lo que ello implica.
Simplemente maravillosa.
SLHLT
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