miércoles, 1 de noviembre de 2017

El cielo es azul, la tierra blanca

Oficialmente se llamaba profesor Harutsuna Matsumoto, pero yo lo llamaba <<maestro>>. Ni <<profesor>>, ni <<señor>>. Simplemente maestro. Me había dado clase de japonés en el instituto. Puesto que no fue mi tutor ni me entusiasmaban sus clases, no conservaba ningún recuerdo significativo suyo. No había vuelto a verlo desde que me gradué.
Empezamos a tratarnos a menudo cuando coincidimos, hace unos cuantos años, en una taberna frente a la estación. EL maestro estaba sentado en la barra, tieso como un palo.
- Atún con soja fermentada, raíz de loto salteada y chalota salada – pedí, y me senté en la barra. Casi al unísono, el viejo estirado que estaba a mi lado dijo:
- Chalota salada, raíz de loto salteada y atún con soja fermentada.
Al darme cuenta de que teníamos los mismos gustos, me volví y él también me miró. Mientras intentaba recordar dónde había visto aquella cara, empezó a hablarme:
- Eres Tsukiko Omachi, ¿verdad?
A raíz de este encuentro fortuito en una taberna, Tsukiko y el maestro comienzan su extraña relación. Lo que empieza siendo un acompañamiento casual y plagado de silencios, entre botella y botella de sake, irá evolucionando de forma natural en algo diferente y difícil de identificar para sus protagonistas: dos almas solitarias que conectan, sin pretenderlo, entre vapores alcohólicos, pescado crudo, tofu hervido y brotes de soja.
Me ha gustado mucho. Es una novela japonesa en toda regla, de esas que hacen de lo cotidiano y la costumbre, un arte. Con una narración pausada, dulce y sutil te va introduciendo en el universo de dos personas que solo tienen en común la soledad y la bebida como excusa para sobrellevarla. Y aunque el amor es la consecuencia, lo bello es observarlos recorriendo el extraño sendero que eligen para llegar hasta él.
SLHLT

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