Oficialmente se llamaba
profesor Harutsuna Matsumoto, pero yo lo llamaba <<maestro>>. Ni
<<profesor>>, ni <<señor>>. Simplemente maestro. Me
había dado clase de japonés en el instituto. Puesto que no fue mi tutor ni me
entusiasmaban sus clases, no conservaba ningún recuerdo significativo suyo. No
había vuelto a verlo desde que me gradué.
Empezamos a tratarnos a menudo
cuando coincidimos, hace unos cuantos años, en una taberna frente a la
estación. EL maestro estaba sentado en la barra, tieso como un palo.
- Atún con soja fermentada,
raíz de loto salteada y chalota salada – pedí, y me senté en la barra. Casi al
unísono, el viejo estirado que estaba a mi lado dijo:
- Chalota salada, raíz de loto
salteada y atún con soja fermentada.
Al darme cuenta de que teníamos
los mismos gustos, me volví y él también me miró. Mientras intentaba recordar
dónde había visto aquella cara, empezó a hablarme:
- Eres Tsukiko Omachi, ¿verdad?
A raíz de este encuentro fortuito en una taberna, Tsukiko y el maestro comienzan su extraña relación. Lo que empieza siendo un
acompañamiento casual y plagado de silencios, entre botella y botella de sake,
irá evolucionando de forma natural en algo diferente y difícil de identificar
para sus protagonistas: dos almas solitarias que conectan, sin pretenderlo,
entre vapores alcohólicos, pescado crudo, tofu hervido y brotes de soja.
Me ha gustado mucho. Es una novela japonesa en toda regla, de
esas que hacen de lo cotidiano y la costumbre, un arte. Con una narración
pausada, dulce y sutil te va introduciendo en el universo de dos personas que
solo tienen en común la soledad y la bebida como excusa para sobrellevarla. Y
aunque el amor es la consecuencia, lo bello es observarlos recorriendo el
extraño sendero que eligen para llegar hasta él.
SLHLT
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