Hay hombres capaces de muchas
cosas. Hay hombres que forzarían a una mujer sin dudarlo si supiesen que ello
no iba a tener ninguna consecuencia; y viven entre nosotros, tienen familia,
esposa, hijas… Son nuestros médicos, nuestros jueces, nuestros carniceros, son
maestros de nuestros hijos. Están ahí… También hay hombres que miran a sus
hijas con deseo. Tampoco hacen nada. La sociedad con sus leyes, con sus normas…
les convierten en buenos ciudadanos porque no les ponen una mano encima a sus
hijas, pero lo harían. Incluso hay hombres que harían saltar de un bote
salvavidas a su propia madre antes que a una mujer bella, hermosa, y
convencerse que es la selección natural la que les obliga a actuar así. Y lo
harían movidos por la fantasía pueril de poder acabar abusando de ella tarde o
temprano. Hay hombres que pegan a las mujeres, las utilizan, les mienten, las
engañan para su propio recreo, las someten, les insultan, las humillan, las
vejan, las violan , traicionan su confianza… Y luego, a mundos de distancia,
hay hombres capaces de ser hombres. Pero muchas veces acaban pagando los
errores de todos aquellos hombres que no lo son. Y cuando encuentran a una
mujer, ha sufrido tanto que ya no deja que nadie se le arrime.
Un infarto suena a través del teléfono. Mi padre. Y vuelvo a la
que un día fue mi casa. Donde el tiempo está detenido en el momento en que todo
se quebró. Y ahora a cuidar de un hombre que apenas conozco.
El pueblo está
como siempre… O casi. Antiguos amigos. Como si nada.
Un hombre cansado en apariencia. Una mujer embarazada con un
libro para corregir bajo el brazo. Noches en vela. Lumbre de leña. Un viejo
ordenador. Libros por todas partes.
Y secretos. Muchos secretos.
Ríos que atraviesan las entrañas de la tierra. Gente miserable.
Y aquellas chicas… Nada cuadra. Algo no está bien contado. Algo se cerró en
falsó. Y las heridas mal curadas nunca cicatrizan del todo.
Setán la
encontró. Le echaron la culpa. Pero no la tenía. Lo mató. Y no puedo vivir con
ello.
No hay nada peor para un hombre que morir sin perro…
Después de leer El hombre que arreglaba bicicletas,
sabía que volvería a encontrarme con Gil
Cheza. Y desde luego, no me ha defraudado. Con un gran trabajo de
documentación y un estilo muy personal y cuidado, el autor crea una novela
ágil, en la que un editor y la escritora a la que está corrigiendo su último
libro se adentran en la investigación de unos terribles asesinatos de niñas
ocurridos hace ya catorce años.
Hubo un momento en el que no entendía muy bien el título y la
insistencia en el tema futbolístico, pero todo cobró sentido al llegar al final.
Brutal. Desgarrador. Tan posible que asusta. Es como elegir la pastilla roja:
la realidad se muestra y ya no puedes dejar de verla.
Novela cruda, pero cien por cien recomendable.
Me ha gustado muchísimo.
SLHLT
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