martes, 10 de julio de 2018

Pez en la hierba

Hay hombres capaces de muchas cosas. Hay hombres que forzarían a una mujer sin dudarlo si supiesen que ello no iba a tener ninguna consecuencia; y viven entre nosotros, tienen familia, esposa, hijas… Son nuestros médicos, nuestros jueces, nuestros carniceros, son maestros de nuestros hijos. Están ahí… También hay hombres que miran a sus hijas con deseo. Tampoco hacen nada. La sociedad con sus leyes, con sus normas… les convierten en buenos ciudadanos porque no les ponen una mano encima a sus hijas, pero lo harían. Incluso hay hombres que harían saltar de un bote salvavidas a su propia madre antes que a una mujer bella, hermosa, y convencerse que es la selección natural la que les obliga a actuar así. Y lo harían movidos por la fantasía pueril de poder acabar abusando de ella tarde o temprano. Hay hombres que pegan a las mujeres, las utilizan, les mienten, las engañan para su propio recreo, las someten, les insultan, las humillan, las vejan, las violan , traicionan su confianza… Y luego, a mundos de distancia, hay hombres capaces de ser hombres. Pero muchas veces acaban pagando los errores de todos aquellos hombres que no lo son. Y cuando encuentran a una mujer, ha sufrido tanto que ya no deja que nadie se le arrime.
Un infarto suena a través del teléfono. Mi padre. Y vuelvo a la que un día fue mi casa. Donde el tiempo está detenido en el momento en que todo se quebró. Y ahora a cuidar de un hombre que apenas conozco. 
El pueblo está como siempre… O casi. Antiguos amigos. Como si nada.
Un hombre cansado en apariencia. Una mujer embarazada con un libro para corregir bajo el brazo. Noches en vela. Lumbre de leña. Un viejo ordenador. Libros por todas partes. 
Y secretos. Muchos secretos.
Ríos que atraviesan las entrañas de la tierra. Gente miserable. Y aquellas chicas… Nada cuadra. Algo no está bien contado. Algo se cerró en falsó. Y las heridas mal curadas nunca cicatrizan del todo.
Setán la encontró. Le echaron la culpa. Pero no la tenía. Lo mató. Y no puedo vivir con ello.
No hay nada peor para un hombre que morir sin perro…

Después de leer El hombre que arreglaba bicicletas, sabía que volvería a encontrarme con Gil Cheza. Y desde luego, no me ha defraudado. Con un gran trabajo de documentación y un estilo muy personal y cuidado, el autor crea una novela ágil, en la que un editor y la escritora a la que está corrigiendo su último libro se adentran en la investigación de unos terribles asesinatos de niñas ocurridos hace ya catorce años.
Hubo un momento en el que no entendía muy bien el título y la insistencia en el tema futbolístico, pero todo cobró sentido al llegar al final. Brutal. Desgarrador. Tan posible que asusta. Es como elegir la pastilla roja: la realidad se muestra y ya no puedes dejar de verla.
Novela cruda, pero cien por cien recomendable.

Me ha gustado muchísimo.
SLHLT

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