- Te
golpearon un poco, parece. Y no hablaste, claro.
- …
- Siempre
pasa eso en la primera sesión. Incluso es bueno que la gente no hable de
entrada. Yo tampoco hablaría en la primera. Después de todo no es tan difícil
aguantar unas trompadas y ayuda a que uno se sienta bien. ¿Verdad que te sentís
bien por no haber hablado?
- …
- Luego
la cosa cambia, porque los castigos van siendo progresivamente más duros. Y al
final todos hablan. Para serte franco, el único silencio que yo justifico es el
de la primera sesión. Después es masoquismo. La cuenta que tenés que sacar es
si vas a hablar cuando te rompan los dientes o cuando te arranquen las uñas o
cuando vomités sangre o cuando… ¿A qué seguir? Bien sabés el repertorio, ya que
constantemente ustedes lo publican con pelos y señales. Todos hablan, muchacho.
Pero unos terminan más enteros que otros. Me refiero al físico, por supuesto.
Todo depende de en qué etapa decidan abrir la boca. ¿Vos ya lo decidiste?
- …
Así empieza Pedro
y el capitán, obra de teatro en cuatro actos, donde tiene lugar un
extraño combate dialéctico y moral entre víctima y verdugo.
Cada acto comienza tras
una sesión de tortura de violencia salvaje y creciente. Y que pretende no solo infligir
dolor, sino humillar, derrotar y vencer de todas las maneras posibles al
torturado.
Pedro o Rómulo. El capitán o el coronel. ¡Qué más da!
Pero algo ocurre. A medida
que Pedro es torturado su fuerza
aumenta. En cada tregua, entre sesión y sesión de puro infierno, Pedro se
enfrenta al capitán con más fuerza. Su silencio lo sostiene cuando no lo hacen
sus piernas. Su lealtad para con los suyos, le da alas. Su convicción de estar
ya muerto, le proporciona la altura moral para cambiar las tornas y hacer
temblar a un torturador de los “buenos”.
Desde el principio sabes
cómo acabará. No quieres que sufra, pero deseas que aguante. Pensando que tú no
serías capaz de soportarlo, que no serías tan valiente, que quizás te rendirías
a las escapatorias que te ofrecen, aunque después no pudieras vivir con ello…
Los cuatro actos
terminan con un “No.”. Y tú, con el alma encogida a los pies del esternón,
piensas cómo dos seres humanos compuestos de la misma materia, con el mismo
número de huesos y de músculos, criados en el mismo lugar y saliendo de las
mismas raíces, pueden ser tan diferentes. ¿Qué convierte a una persona como tú
y como yo en un verdugo? ¿Qué barreras ha decidido traspasar para que no le
importe el sufrimiento y el dolor de otro ser humano?
Ya sé que no os voy a
descubrir la magia, el talento y el oficio del señor Benedetti, pero os
aseguro que esta otra faceta suya, la del teatro, también os va a encantar.
Maravilloso, a pesar de
la dureza.
Fundamental.
SLHLT
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