martes, 7 de abril de 2020

Elena sabe

La hija de Elena ha muerto. Dicen que se ha suicidado. Dicen que apareció colgada del campanario de la iglesia. Pero Elena sabe que eso no es posible. Su hija tenía mucho miedo de las tormentas. Y ese día llovía. Nunca se habría acercado a la iglesia un día de lluvia. Y mucho menos habría subido al campanario. Algo le pasó. Algo le hicieron. Ya se lo dijo a la policía. Pero parece que el caso está cerrado. Aunque la atienden, es más por respeto a su edad, o por simple pena, que porque vayan a hacer algo al respecto.
Solo le queda un recurso. Ha de ir a visitar a alguien a la ciudad. Alguien que le va a confirmar sus sospechas. Ella sabe que tiene razón, que su hija no se pudo matar, que quería vivir, pero necesita una confirmación.
Aunque le cueste trabajo, aunque su cuerpo no le obedezca, aunque casi no le quede dinero, ha de ir a ver a una mujer. Una mujer a la que solo vio una vez en su vida. Ella tiene la respuesta.
Lo que en principio podría parecer una historia con un misterio por desvelar, en realidad es otra cosa: es la crónica de una enfermedad. Las páginas pasan, las palabras corren y Elena deja de ser la protagonista. El párkinson le roba su papel, de la misma manera que le está robando la vida. Y la historia avanza, como Elena hacia su interlocutora, como la enfermedad convierte el cuerpo en roca, hacia el final que ella busca… Hacia el final que ella anhela.
Solo alguien que ha vivido esta enfermedad de cerca podría haber escrito un libro como este. Hay muchas Elenas con otros nombres. A mí me hizo revivir a la mía y por eso esta lectura me ha dolido tanto.
A pesar del dolor, me ha gustado. La autora me ha engatusado, me ha llevado por donde ella ha querido, como una prestidigitadora que conoce su oficio, y hasta que llegué al final no entendí que aquello que me estaba enseñando, era el reloj que yo sentía marcar el pulso en mi muñeca.
Leer a Claudia Piñeiro siempre es un acierto.
SLHLT

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