lunes, 2 de enero de 2017

Siempre hemos vivido en el castillo

Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanitha phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto.
Con esta fuerza comienza Siempre hemos vivido en el castillo. Y así Shirley Jackson nos presenta a Merricat, la protagonista de esta novela gótica moderna, que nos va a narrar, desde su particular visión del mundo, entre ingenua y salvaje, su versión de la historia.
Constance es la mayor. Cultiva el huerto, hace la comida y cuida de Merricat y del tío Julian, además de rellenar las estanterías del sótano de todo tipo de conservas. Desde el juicio no ha vuelto a salir de la propiedad de los Blackwood.
Merricat es una adolescente despeinada y medio salvaje que adora a su hermana y corre todo el día con su gato Jonás por la finca, enterrando objetos talismanes y realizando conjuros que los protejan de los forasteros. Los martes y viernes va al pueblo a por víveres y a por libros de la biblioteca. No le gusta. La gente del pueblo, o bien la ignora o le cantan coplillas crueles y se meten con ella. Siempre han odiado a los Blackwood. Incluso antes del envenenamiento de toda la familia.
El tío Julián está en una silla de ruedas y gran parte del tiempo su cabeza mezcla el presente con el pasado. Su obsesión es escribir un libro con lo que pasó aquella noche. La noche en que todos murieron.
Hubo un juicio. Pero Constance fue absuelta por falta de pruebas. El veneno estaba en el azúcar. El tío Julian casi no echó nada a las moras. Merricat estaba en su habitación, castigada sin cenar. Constance nunca se ponía azúcar.
La llegada de un pariente cercano, cambiará su mundo, sus costumbres y sus vidas. Pero no os imagináis cómo.
Siempre hemos vivido en el castillo no es simplemente la historia de un envenenamiento, va mucho más allá. Habla del aislamiento social, la crueldad, los prejuicios, el hacer pagar a los hijos por los pecados de los padres, las consecuencias de nuestros actos y la vergüenza. Pero sobre todo habla del sacrificio y del amor incondicional entre dos hermanas.
Y a pesar de todo, tiene un extraño final feliz.
Es un libro raro, pero maravillosamente escrito y ambientado. Me ha sorprendido, me ha hecho pensar y me ha gustado.
Os lo recomiendo.
SLHLT

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