<<Todo en ella es grande.
Una voz grande, un corazón grande, un estómago grande, un apetito grande. Pies
grandes con arco y tobillos finos, una buena base para sostener su cuerpo
grande sobre la tierra. Grandes manos patriarcales, ortodoxas. Manos para ser
besadas. Dedos largos y torneados, hechos para bendecir y emanar la fragancia
del mahalebi y el incienso. Manos hechas para dar.>>
La Costantinopla que se adentra en el siglo XX se encuentra en
plena ebullición. Mezcla de civilizaciones y crisol cultural donde los haya, se
muestra a través del tamiz de una fuerza de la naturaleza como es Loxandra: una
matriarca que cuida de hijos propios y ajenos, de sobrinos, primos, tíos, cuñados, vecinos y parientes lejanos; de nietos, sirvientes y todo aquel que
atraviese el dintel de su puerta, sea persona o gato. Y si no lo atraviesa, ya
se encargará ella de que lo haga… O se lo pedirá a la virgen de Baluklí.
El convulso siglo XIX se usa como decorado para retratar a una
mujer extraordinaria a la que las guerras y alianzas entre turcos, griegos,
rusos, ingleses y demás le traen sin cuidado, mientras haya con qué alimentar a
los suyos.
La autora homenajea a su abuela.
¡Y de qué manera!
Es una novela maravillosa, que se siente, se huele y se paladea.
<<Y Loxandra vivirá
siempre en la abundancia de Constantinopla, dueña y señora de su lugar, porque
cada cosa tiene su momento y su lugar. Y el lugar de Loxandra es
Constantinopla. Y ya nadie podrá moverla de allí…>>.
SLHLT
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