¿Sabes esos momentos en que te abstraes y eres consciente de lo
que te rodea?
Cuando miras el mar sentado desde la orilla y liberas tu mente
de las preocupaciones diarias y dejas que vuele libre.
Cuando sigues con la mirada, tras los cristales, la trayectoria
de una hoja movida por el viento.
Cuando, sentado en el jardín, espías la entrada y salida, de un
hueco en la pared, de un pájaro trayendo alimento a sus polluelos.
Cuando, en la sala de espera del médico, observas sin
pretenderlo el movimiento repetitivo de unas manos que ya han vivido muchas
primaveras.
Cuando, de repente, te das cuenta de que sonríes porque un
recuerdo amigo ha venido a sorprenderte.
Cuando observas a un niño afanoso crear un castillo con arena de
playa y que habla consigo mismo o con alguien de su universo que tus ojos
maduros no te permiten ver.
Eso. Esa sensación, es lo que he tenido leyendo “Lírica de lo cotidiano”, en la que
Miguel Herranz se ha hecho aún más grande y nos ha dejado verlo.
Le he estado dando vueltas y vueltas, releyendo y repasando lo
subrayado y no sabría quedarme con un solo poema. Podría ser NEANDERTAL o LEO, DOS AÑITOS o NO TE FÍES… Podría ser cualquiera. Pero,
no sé muy bien por qué motivo, os voy a dejar PARTIR.
Partir
al centro de uno mismo.
Dejar
atrás el alfoz,
lo
colindante.
Llegar;
y llegar
sin equipaje,
a ver qué pasa,
a ver
qué ocurre, allí;
dentro,
en las
soberbias
planicies
de mi alma.
SLHLT
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