miércoles, 28 de agosto de 2019

Los tiempos del odio

<<Sin amor no merece la pena vivir>>
Solo cuando Bruna Husky se siente amada olvida su condena: tres años, tres meses y diecisiete días.
La androide de combate ha pasado la noche en casa del inspector Paul Lizard. Pero al despertar comienzan a acecharla todas sus inseguridades y vuelve a ser consciente de que el tiempo que le queda se le escapa entre los dedos.
Están viviendo tiempos convulsos: ataques terroristas, guerras entre estados, insatisfacción ciudadana, el precio del aire y del agua limpios no paran de crecer, hombres de negocios desafían al estado con millones y discursos cargados de odio, y la tecnología lo invade todo en un mundo donde el ser humano ya no sabe envejecer.
Suena el timbre de la puerta y un robot de mensajería le entrega a Lizard un extraño pauqete: un rectángulo de piel humana envuelto en papel de seda con dos palabras tatuadas: Paul Lizard.
Esa será la última vez que se le vea. Nadie sabe dónde está. Horas después aparecerá en las pantallas junto a otros rehenes: el EJI lo ha secuestrado e irá ejecutando cada día a uno de ellos hasta que se cumplan sus peticiones.
Así comienza la tercera parte de esta trilogía de Bruna Husky, donde la androide luchará con uñas y dientes para encontrar y salvar a Lizard, aunque se deje la vida en ello. Además de Bartolo, Yiannis y la niña rusa, en esta entrega aparecerán nuevos personajes Ángela, Aznárez, Emma… No los perdáis de vista.
¿Será este el fin de nuestra querida androide?
Vas a tener que leerlo para averiguarlo.

En un momento de la trama Bruna recuerda una historia que le contó Yiannis. A mí me erizó la piel mientras el corazón se me desbocaba, por eso y porque un ejemplo de este calibre no viene nada mal en los tiempos extraños que nos ha tocado vivir, quiero compartirla con vosotros:
<<Sucedió a raíz de una antigua guerra civil que hubo en España como a mediados del siglo XX y que fue ganada por un dictador. Un buen número de los vencidos fueron destinados como prisioneros políticos a trabajos forzosos en las minas de la zona de Asturias, y en los primeros momentos de la posguerra hubo un grupo de matones partidarios del dictador que bajaban de cuando en cuando a la mina más grande, colocaban en fila a todos los prisioneros, les hacían numerarse y luego señalaban a unos cuantos al azar y les decían que dijeran un número. Al desgraciado que coincidía con el número mencionado, lo sacaban de la formación y lo fusilaban. Pero lo más conmovedor era que, en más de una ocasión, el prisionero al que preguntaban contestaba dando su propio número y, por consiguiente, condenándose a una muerte segura.
-     Imagínate qué juego tan eficaz y perverso – había comentado Yiannis-. Porque, por un lado, los mejores de entre todos los prisioneros, los más valientes, los más generosos, los más difíciles de quebrantar, daban su propio número y por lo tanto eran eliminados; y, por el otro lado, los demás, los que daban el número de un compañero, quedaban destrozados para siempre. Sí, parece un mecanismo de represión perfecto, y sin embargo… Sin embargo, y creo que los verdugos no tenían en cuenta algo esencial, que es el ejemplo de entereza y heroicidad que ofrecía el compañero que se inmolaba. Cuando alguien ha muerto por ti, y evidentemente todos les debían la vida a ese héroes porque no habían dado sus números; cuando alguien ha muero por ti, repito, sin duda te sientes de algún modo obligado a ser mejor. A mantener tu existencia a la altura de ese regalo colosal. Así que, aunque los mejores fueron eliminados, su ejemplo tuvo que reforzar la dignidad de los que quedaban. Lo verdaderamente destructivo, lo que les habría aniquilado como personas, hubiera sido que todos dieran el número de un compañero…>>.

 SLHLT

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