martes, 14 de julio de 2020

Boulder

<<No soy buena cocinera, soy una cocinera de rancho, capaz, sin formación. Lo que más me gusta del trabajo es hacerme cargo de los alimentos cuando aún están enteros, cuando algo en ellos proclama un lugar, una procedencia y ese radio inmediato de soledad que todo ser vivo necesita para crecer. Agua, tierra, pulmones. Las condiciones del silencio. Los alimentos tienen piel y prepararlos requiere cuchillos. Si en algo soy buena, es en descuartizarlo todo. El resto no es arte. Sazonar, reunir, dar calor… las manos acaban acostumbrándose, se dirigen solas. He trabajado en escuelas, en geriátricos y en una cárcel. Los trabajos me duran semanas, se me escurren de las manos, son una grasa que voy deshaciendo. Antes de venir a Chiloé mi último jefe quiso darme una explicación: el problema no era la comida, sino yo. En una cocina se trabaja en equipo, tenía que buscar una cocina muy pequeña si quería trabajar sola y seguir viviendo de esto>>.

¿Qué hacer cuando vivir así no es suficiente?

<<Eso vine a buscar aquí, el cero primigenio. Cansada de inventar currículums, de tener que decir y hacer como si la vida fuese un relato, como si dentro llevase un alambre clavado que me hiciese recta y constante. El rumbo mata el viaje y si la vida ha de ser una historia, esta solo puede ser mala. ¿Qué creía que hacía dejándolo todo y aceptando una vida de tres meses en los confines del mundo?>>

Los tres meses se convirtieron en varios años.

La vida así es mejor.

Cuando llegábamos a puerto, tras meses de travesía, dejaba que el alcohol y las piernas de otra mujer me dieran calor. Pero solo durante unas horas. Luego volvía al mar. A la pequeña cocina y las empanadas. A la ausencia total de compromisos y responsabilidades fuera de las tres comidas diarias y los límites de mi propio cuerpo.

La vida así es suficiente.

Y una noche aparece Samsa. Y me olvido del azúcar del café. En la vida a bordo comienza a faltarme el aire. Añoro llegar a tierra. Ocupa todo mi pensamiento. Me obsesiona. No le gusta mi nombre y me pone otro: Boulder. Como esas rocas expuestas a la intemperie.

La vida a bordo se vuelve extraña.
Y un día en tierra me dice que se va. Ha aceptado un trabajo en Reikiavik.

También me voy.

La vida sin ella no tiene sentido.

Reikiavik no tiene sitio para mí. Y Samsa cambia con la ciudad. Quiere más. Una casa grande. Y un hijo. Yo no quiero hijos. Pero lo tenemos. Una niña.

<<La comadrona dice que el niño es tan grande que no puede encajarse, tiene que salir de un golpe, de un buen empujón. Estoy a punto de llamar a una ambulancia cuando oigo que cambian los gemidos. Ya no es una voz de mujer, ahora es un animal, un dragón, la fiera que puede aniquilarlo todo con una llamarada. La comadrona me llama. Acudo. No sé dónde estoy, no soy nadie. Un cráneo besa la luz por primera vez. Alguien tira de él para que no se encalle. Lo tengo en los brazos. Respira. Calienta. Pesa. Es una cosa durísima y blandísima, como un pequeño milagro. Se le llenan los ojos. Es una niña. Me mira. Siento que muero un poco>>.

¿En qué se convierte la vida cuando renuncias a tu esencia por amor y el amor no basta?


Si descubrir a Eva Baltasar en Permafrost fue un shock, Boulder es la confirmación de su enorme talento y de que hay espacio para la escritura de altísima calidad en el panorama literario y comercial español.

¡Deseando que salga Mamut!

Si aún no la habéis leído, no sé a qué estáis esperando.

SLHLT

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