<<No soy buena cocinera, soy una cocinera de
rancho, capaz, sin formación. Lo que más me gusta del trabajo es hacerme cargo
de los alimentos cuando aún están enteros, cuando algo en ellos proclama un
lugar, una procedencia y ese radio inmediato de soledad que todo ser vivo
necesita para crecer. Agua, tierra, pulmones. Las condiciones del silencio. Los
alimentos tienen piel y prepararlos requiere cuchillos. Si en algo soy buena,
es en descuartizarlo todo. El resto no es arte. Sazonar, reunir, dar calor… las
manos acaban acostumbrándose, se dirigen solas. He trabajado en escuelas, en
geriátricos y en una cárcel. Los trabajos me duran semanas, se me escurren de
las manos, son una grasa que voy deshaciendo. Antes de venir a Chiloé mi último
jefe quiso darme una explicación: el problema no era la comida, sino yo. En una
cocina se trabaja en equipo, tenía que buscar una cocina muy pequeña si quería
trabajar sola y seguir viviendo de esto>>.
<<Eso vine a buscar aquí, el cero primigenio.
Cansada de inventar currículums, de tener que decir y hacer como si la vida
fuese un relato, como si dentro llevase un alambre clavado que me hiciese recta
y constante. El rumbo mata el viaje y si la vida ha de ser una historia, esta
solo puede ser mala. ¿Qué creía que hacía dejándolo todo y aceptando una vida
de tres meses en los confines del mundo?>>
Los
tres meses se convirtieron en varios años.
La vida
así es mejor.
Cuando
llegábamos a puerto, tras meses de travesía, dejaba que el alcohol y las
piernas de otra mujer me dieran calor. Pero solo durante unas horas. Luego
volvía al mar. A la pequeña cocina y las empanadas. A la ausencia total de
compromisos y responsabilidades fuera de las tres comidas diarias y los límites
de mi propio cuerpo.
La vida
así es suficiente.
Y una
noche aparece Samsa. Y me olvido del
azúcar del café. En la vida a bordo comienza a faltarme el aire. Añoro llegar a
tierra. Ocupa todo mi pensamiento. Me obsesiona. No le gusta mi nombre y me
pone otro: Boulder. Como esas rocas
expuestas a la intemperie.
La vida
a bordo se vuelve extraña.
Y un
día en tierra me dice que se va. Ha aceptado un trabajo en Reikiavik.
También
me voy.
La vida
sin ella no tiene sentido.
Reikiavik
no tiene sitio para mí. Y Samsa
cambia con la ciudad. Quiere más. Una casa grande. Y un hijo. Yo no quiero hijos.
Pero lo tenemos. Una niña.
<<La comadrona dice que el niño es tan grande
que no puede encajarse, tiene que salir de un golpe, de un buen empujón. Estoy
a punto de llamar a una ambulancia cuando oigo que cambian los gemidos. Ya no
es una voz de mujer, ahora es un animal, un dragón, la fiera que puede
aniquilarlo todo con una llamarada. La comadrona me llama. Acudo. No sé dónde
estoy, no soy nadie. Un cráneo besa la luz por primera vez. Alguien tira de él
para que no se encalle. Lo tengo en los brazos. Respira. Calienta. Pesa. Es una
cosa durísima y blandísima, como un pequeño milagro. Se le llenan los ojos. Es
una niña. Me mira. Siento que muero un poco>>.
¿En qué
se convierte la vida cuando renuncias a tu esencia por amor y el amor no basta?
Si
descubrir a Eva Baltasar en Permafrost
fue un shock, Boulder es la confirmación de su enorme talento y de que hay
espacio para la escritura de altísima calidad en el panorama literario y
comercial español.
¡Deseando
que salga Mamut!
Si aún
no la habéis leído, no sé a qué estáis esperando.
SLHLT
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