Un
perro, atraviesa la autopista E411 corriendo entre los coches como un loco. Al
verlo, los conductores frenan en seco y bajan de sus automóviles. Algunos lo
llaman, tratando de atraerlo y de evitarle la muerte, otros solamente
contemplan el panorama y alguno se dirige al teléfono de emergencia más cercano
para alertar a las autoridades.
Pero a
seis de las personas que detuvieron sus automóviles, la visión del perro a la
carrera les ha removido algo dentro, les ha abierto las compuertas y les ha
hecho enfrentar su vida como si se reflejase en un espejo.
Un
camionero que escribe a periódicos y revistas contando una vida que no vive; un
sacerdote que echa de menos a una mujer casi desconocida en quien atisbó la cura a
su mediocridad; una mujer que se dirige a romper con su pareja y usa el abandono
como mecanismo de defensa; un joven ciclista, experto en arreglos frutales, que
cada día se arriesga entre el tráfico para sentir que aún está vivo; una viuda
que trata de ser útil y recomponerse, pero que no sabe querer a su hija; y esa
hija, que llena compulsivamente con comida la ausencia de un padre que lo
fue todo para ella, mientras trata de cortar el cordón umbilical con una madre
lejana y fría.
Es una
maravilla, aunque también lo más triste que he leído en mucho tiempo.
Nadie
puede negar que Caroline Lamarche
sabe lo que hace.
SLHLT
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