Glory y
Jack están sentados a la mesa de la casa familiar de Gilead. Toman café y
hablan. Con corrección. Pero los silencios ocupan más que las palabras.
Hace
veinte años que no se ven y ahora han vuelto los dos a casa. El reverendo Boughton,
su padre, está mayor y enfermo.
Glory,
la pequeña, la "coletas", la llorona ha vuelto para cuidarlo, pero
también para esconderse del mundo y recomponerse tras un desengaño.
Jack,
la oveja negra de la familia, el hijo pródigo, solitario y autodestructivo, del
que nadie sabe nada desde hace mucho tiempo, también ha vuelto. ¿Por qué? Ni él
lo sabe bien: para redimirse, para torturarse, para recomponerse, para que lo
ayuden a salvarse, para hacerse perdonar, para perdonarse, para poder volver a
empezar... Quizás por todos estos motivos, o por ninguno de ellos.
Qué
nadie espere acción, ni sorpresas, ni una trama trepidante. Incluso habrá quien
diga que es una historia lenta y que en ella no ocurre nada. Pero esta novela
es otra cosa. Es una historia de gente rota que trata de ayudar y salvar a otra
gente también rota, para poder perdonarse y salvarse a sí mismos.
Narrada
con maestría, está ambientada a mediados del siglo veinte en un pueblo pequeño
de la América profunda, donde la televisión, el miedo a la guerra nuclear y los
conflictos raciales son el decorado desenfocado en el que se desarrolla la
historia.
Los
verdaderos escenarios son: una cocina vieja, un jardín abandonado y una antigua
cuadra donde se guarda un coche que no funciona. Entre comida casera, malas
hierbas, grasa de motor y discrepancias teológicas, se repiten una y otra vez
las mismas discusiones que nunca gana nadie.
Densa, repetitiva y a veces claustrofóbica, pero
magnífica. No es para todos los lectores ni para todos los momentos.
SLHLT
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