Volver a casa también es
volver a verte a través de los ojos de quien siempre te ha conocido, recordar
viejos tiempos, viejas historias y viejos libros, y darte cuenta de lo mucho y
lo poco que hemos cambiado. Este estado nostálgico hizo que se me antojara Ana María Matute. La tenía olvidada.
Cogí su última obra, su obra póstuma, y con sólo unos párrafos la reconocí, y
me sentí cómoda en esa atmósfera tan suya.
1936. Queman el convento
donde Eva lleva un año. Yago la va a buscar y la devuelve sana y salva a casa,
a la casa del Coronel, a la casa donde se crio sin una madre, con una abuela
crítica, y un padre autoritario y frío. Pero una casa con Magdalena, la dueña
de la cocina y del orden, la que lo sabe todo y lee a través de ti, y la que te
quiere, porque te ha criado, aunque ese sea su trabajo.
Eva empezará a crecer y
a descubrir la vida, el amor, la historia de su familia, la amistad, los
secretos que se callan y que lo pudren todo. Y estalla la guerra. Y también
aprende a distinguir y reconocer los sonidos del frente y a leer entre líneas,
y que no todo es blanco o negro.
Y... cuando ya estaba
metida hasta las rodillas, ¡la historia se corta! ¡Debo ser la única que no
sabía que habían publicado una novela inacabada! ¡Eso no se hace!
Sé que va a acabar mal,
sé que va a haber una gran traición, sé que va a haber muertes, sé que se van
revelar más secretos, sé que nadie saldrá ileso... Pero no sé nada, porque no
está escrito.
A pesar de esta faena, es un libro muy Matute y me ha gustado. Imaginaré mi
final. SLHLT
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