En Mundo del fin del mundo,
Luis Sepúlveda nos cuenta cómo un
libro puede determinar nuestro destino.
Mientras espera en el
aeropuerto de Hamburgo el vuelo que lo devolverá, muchos años después, a la
tierra chilena donde nació, el protagonista de esta historia recuerda otro
viaje, uno que hizo con solo 16 años y que cambió su vida.
Tras leer Moby
Dick y sentir en carne propia las aventuras del capitán Ahab en su lucha con la ballena blanca, comprendió que lo
único que quería hacer aquel verano era embarcarse en un ballenero. Mientras
sus compañeros se tostaban al sol en Valparaíso, él ponía rumbo al sur
trabajando como pinche de cocina en un pesquero que lo acercaría al fin del
mundo. Descubriría que el oficio de ballenero no era lo que él esperaba y que el
mundo estaba a punto de cambiar. También aprendería que la verdadera aventura
está en el camino, en la gente que te encuentras y en que el mar, su mar, ese
mar tan al sur, tan frío, tan duro, tan hostil a veces, está lleno de vida y
que esa vida merece ser conservada y defendida.
Muchos años después,
volverá a ese mar a defender a las ballenas de una industria desalmada que no
distingue entre machos, hembras y crías, esos piratas modernos al servicio del
dinero. Viajará con el capitán Nilssen
por esas tierras heladas, entre fiordos y ensenadas, donde cobran vida las
historias de barcos fantasmas, de piratas y corsarios, y de indios onas y sus dioses gordos, flojos
y pacíficos.
Porque hay cosas que hay
que ver con tus propios ojos y con el aire cortándote la piel, para poder
sentirte, por fin, en casa.
Me ha gustado.
SLHLT
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