jueves, 24 de noviembre de 2016

Hasta que volvamos a vernos

Will tiene once años. Vive en Seattle en el orfanato del Sagrado Corazón. Lleva ya cinco años allí. Es muy difícil que alguien quiera adoptar a un niño chino en la América de 1934.
Will no tiene familia. Antes tenía a su madre. Pero de eso hace mucho tiempo. Recuerda la última vez que la vio: la sacaron de la bañera y se la llevaron. El agua estaba de color rosa. No la ha vuelto a ver ni a saber nada más de ella.
El 28 de septiembre es el día que se celebra en el orfanato el cumpleaños colectivo de todos los chicos. Así es más fácil de recordar. Es un día diferente. Es el día que reciben las cartas que les han enviado sus familias y que se les permite hacer preguntas sobre sus madres. Will nunca tiene cartas. Y la hermana Angelini le dice que su madre nunca salió del hospital psiquiátrico al que la llevaron aquel último día. Está muerta.
Otra de las cosas buenas del día del cumpleaños es que les dan una moneda y los llevan al cine. Will no aparta los ojos de la pantalla cuando una nueva artista sale a escena cantando "Dream a little dream of me". Es china. Su nombre artístico es Willow Frost. Los carteles anuncian que vendrá muy pronto a la ciudad y Will está seguro de que es su madre.
A partir de este momento comenzará, junto a su amiga Charlotte, una aventura que lo llevará a conocer toda la verdad.
Hasta que volvamos a vernos es una historia triste, dulce, inocente, cruel y amarga a la vez. En ella Jamie Ford retrata muy bien la sociedad americana de los años 30, la gran depresión, los prejuicios raciales, los guetos de inmigrantes, las costumbres de la comunidad china, la diferencia de clases, el abuso de poder, el hambre, la desigualdad social y de género, y lo difícil que lo tenían las madres solteras para salir adelante.
Me ha gustado. Es una historia bonita, pero se me ha hecho un poco lenta por momentos.
SLHLT

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